Marcas de cantería en el castillo de Maceda
Situado también en la provincia
de Orense, a no mucha distancia de Castro Caldelas, y desde luego, en las
proximidades de esa fascinante Rovoyra Sacrata, el castillo de
Maceda nos ofrece así mismo, cincelados con precisión en la dureza de sus
sillares exteriores, algunas marcas de cantero que, aunque en número considerablemente
inferior a las del Castelo de Castro Caldelas, no dejan de ser relevantes, e
incluso, en base a la forma de alguna de ellas, sugerir la posibilidad de
interesantes especulaciones. No obstante, antes de introducirnos, siquiera sea de
modo superficial pero espero que ilustrativo en los pormenores de su historia,
quizás no estuviese de más añadir que, en el fondo, este castillo –que ronda,
en realidad, la categoría de palacio residencial- constituye otro de los numerosos
puntos destacables de una ruta muy especial, en la que el viajero curioso,
partiendo de Allariz, encontrará suficientes atractivos y misterios, hasta
llegar a la población de Maceda y su confluencia con la carretera general de
Orense, donde se sale a la altura de Leboreiro y Vilariño Frío, algunos
kilómetros por encima de Esgos, localidad de donde parte la ruta hacia uno de
los lugares más sobrecogedores y apasionantes, como es el monasterio excavado
en la piedra de San Pedro de Rocas.
Por otra parte, tenemos en
Allariz una ciudad desde luego interesante; y no sólo porque en su entorno se
produjera, allá por el siglo XIX, el único caso documentado de licantropía de
España y quizás, por dicho motivo, conserve, en el nombre de alguna de sus
calles –como el de Lobariñas- referencias al arcano mito que ha alimentado una
buena parte de las creencias populares, desde, Licaón, el mitológico rey de Arcadia,
sino porque aún conserva numerosos vestigios de interés, relacionados con esa
fascinante Edad Media que tanto nos interesa, y que hicieron de ella una de las
villas más prósperas no sólo de la provincia orensana en particular, sino de
Galicia y de los reinos cristianos de la época en general. Una ciudad, que
todavía conserva muy vivas sus tradiciones ancestrales, las cuales, a pesar de
situarse en la única provincia gallega que no tiene una frontera natural con el
mar, rinde un culto inusitado a las aguas, posiblemente con idéntica o mayor
devoción que las otras, detalle que cuando menos, resulta chocante. De ello,
queda constancia no sólo en sus fuentes, donde todavía se recuerda a las
figuras míticas de las donas d’aigua o las ninfas de las antiguas
mitologías celtas –las tradicionales xanas astur-leonesas-; en los
ninfeos, como el que existió en el lugar en el que se levantó posteriormente la
iglesia prerrománica de Santa Eufemia de Ambía, sino también en lugares
cercanos, convenientemente sacralizados también, donde se venera una figura
eminentemente mistérica y simbólica, cuya presencia ya se comienza a advertir
en algunos pueblos fronterizos de la provincia de Zamora, como puede ser Sejas
de Sanabria: Santa Marina; o, como se diría por estos lares, Santa Mariña.
Ahora bien, y dentro del tema que nos ocupa, los constructores medievales dejaron para la posteridad, insuperables edificaciones, no exentas de simbolismo, quizás siguiendo las mismas huellas que dejaron las civilizaciones megalíticas que pasaron por allí y que grabaron símbolos fundamentales sobre la roca, como harían ellos después -uno de los casos más interesantes y cercanos, sería el petroglifo de Bouzas, sobre cuya piedra se elevó un crucero con un Cristo crucificado y un ángel de rodillas, recogiendo la sangre de sus heridas en una copa o grial-, utilizándolos en templos como la Colegiata de Santa María, en Xunqueira de Ambía; la iglesia de Santa Mariña de Augas Santas, que guarda un extraordinario parecido con la anterior y también en estructuras de índole defensiva y civil, como serían los restos de las antiguas murallas que cercaban la villa de Allariz, algunos de cuyos restos, repletos de marcas de cantero, pueden verse todavía unos metros más adelante de la iglesia de San Pedro.
Fechado en el siglo XI, el
castillo de Maceda, considerado en realidad un palacio residencial más que un
reducto defensivo al uso, conlleva el reconocimiento general de ser considerado
como uno de los edificios civiles más importantes de la Edad Media gallega,
siendo creencia generalizada también, que sus muros interiores son los más
gruesos de Europa. Amparado en la declaración de Monumento Histórico-Artistico,
en la actualidad ha sido reconvertido en Hotel Residencia, detalle que no deja
de ser paradójico de algún modo, pues ya desde su temprana edad acogió a
ilustres residentes. Tal sería el caso de Alfonso X el Sabio, que residió en él
hasta la edad aproximada de once años. Pero sin duda, interesará saber que entre
sus propietarios estuvo uno de los más altos representantes de la nobleza
gallega del siglo XII, Pedro Froilaz, Conde de Traba, que lo cedió como dote a
su hija, Doña María Fernández cuando se unió en matrimonio con Don Juan Ares de
Novoa, de Rivadavia, surgiendo de este enlace la rama de los Novoa, cuyo escudo
heráldico todavía se conserva entre los muros del castillo. Y no deja de ser
curioso, así mismo, que sea precisamente este ilustre personaje, Pedro Froilaz,
quien se encargue de la crianza del futuro rey, Alfonso VII, coronándole, junto
al arzobispo Gelmírez, en la catedral de Santiago. Es importante retener este
dato porque, si tomamos en consideración las interesantes aportaciones
realizadas por Carlos Pereira Martínez en su documentada obra ‘Los templarios.
Artículos y ensayos’ (1), veremos que se baraja la hipótesis de que fue
precisamente por mediación de Fernando Pérez, hijo de Pedro Froilaz, como se
estableció la Orden del Temple en tierras coruñesas, aunque en referencia a su
importante Bailía de Faro, existan numerosas discrepancias entre los
historiadores a la hora de situar su verdadera localización, llegándose a
barajar, entre las numerosas hipótesis, las inmediaciones de la Torre de
Hércules. Pero aún hay más, porque, casualmente, se repite el caso de que
también este Fernando Pérez, tal y como su padre hizo en el pasado, se encargó,
a su vez, de la crianza de otro futuro soberano y sucesor de Alfonso VII: su
hijo Fernando II. Un rey que, como se sabe, fue posiblemente de los más
generosos con los templarios; o mejor dicho, con los domun templariorum
militum o milites de Iherusalem, como figuran en algunos documentos
de la época, incluido aquél otro documento de donación, que se conserva en el
Archivo Histórico de Oviedo, por el que éste y su hermana Doña Urraca, a la
sazón reina de Asturias, ceden a unos misteriosos fratres el territorio
comprendido entre la Meseta y la cumbre del Monsacro asturiano.
Si bien con los personajes se pueden hilvanar conclusiones interesantes que puedan o no tener relación con el tema de la presente entrada, al menos, observando con especial atención una de las marcas que se repite varias veces en los sillares exteriores de este castillo de Maceda, sí se podría afirmar, que posiblemente alguno de los canteros itinerantes o quizás alguno de los gremios que intervino aquí, lo hizo también en algún lugar muy peculiar de la propia capital orensana: su catedral. La marca de referencia, no es otra que aquélla que reproduce uno de los símbolos más universales que se conocen: el símbolo del infinito. Y si ya en esta preciosa obra magna de piedra y espíritu, queda constatada la presencia, si no del propio Maestro Mateo, al menos sí de su escuela, no ya viendo sólo dos de sus portadas exteriores, sino, por el contrario esa auténtica maravilla, que seguramente por no rivalizar con Compostela, aquí no fue Puerta de la Gloria pero sí Puerta del Paraíso, cabría especular, si después de todo, parte de este lugar no habría que apuntarlo también en el haber del referido Maestro o, por defecto, en el de su Escuela.
(1) Carlos Pereira Martínez: 'Los templarios. Artículos y ensayos', Editorial Toxosoutos, Serie Trívium, 1ª edición, Noya, junio de 2002.
Publicado también en Steemit, domingo 10 de diciembre de 2017, en el siguiente enlace:
https://steemit.com/spanish/@juancar347/marcas-de-canteria-en-el-castillo-de-maceda
Hola! Qué fantástico recorrido a través de tus palabras y tus distintas impresiones de cada sitio del camino ¡¡Me gusta!! Y qué cantidad de marcas nos descubres en el castillo de Maceda y eso que necesitabas gafas, jaja ¡¡Me encanta!
ResponderEliminarUn beso.
Hola, bruja. Me alegro que te guste este pequeño recorrido por el castillo de Maceda. La verdad es que es un lugar no sólo curioso e interesante por su historia, sus marcas de cantero y otros enigmas que guarda con gran sigilo entre sus piedras, sino porque también, al estar habilitado como hotel-residencia, puedes gozar de una espléndida panorámica tomándote placenteramente un vino en las terrazas habilitadas entre sus almenas, lo cual no deja de ser otro aliciente añadido. Lo cierto es que la ruta que describo merece la pena, aunque sé que algunos lugares los conoces por los vuelos de tu escoba.
ResponderEliminarUn abrazo