Libros de Piedra: el Pórtico de la Majestad de la Colegiata de Toro
El mundo de los canteros
medievales, fascinante y complejo, como todo lo que tiene que ver con la
religión, la filosofía y las bellas artes, no se reduce tan sólo a aquello que,
aun constituyendo un misterio de primer orden, son las curiosas cuando no
significativas marcas que éstos iban dejando en los sillares de los templos, de
las fortalezas o de los edificios civiles que iban levantando, a medida que las
condiciones favorables de la Reconquista iban ampliando sus horizontes,
ofreciéndoles nuevas y cuantiosas oportunidades en las villas y ciudades de
nueva creación. Lejos de conformarme, pues, con ese aspecto meramente esotérico
de unas más que probables huellas de identidades o de lenguajes técnicos
encaminados, cuando menos, al ámbito de influencia de los propios gremios, me
gustaría incidir en la faceta monumental, educativa y estética del trabajo
realizado; en ese macrocosmos de belleza, perfección y precisión integradas
donde, qué duda cabe, destacan, en conjunto o bien por partes bien definidas y
estructuradas, lugares como la Colegiata de Santa María la Mayor, de Toro,
provincia de Zamora y su espléndido Pórtico
de la Majestad. Una colegiata y un pórtico, en las que algunos autores y
especialistas en la materia observan similares influencias a las técnicas y
detalles utilizadas, precedentemente, en lugares relativamente cercanos,
tomando como base y patrón, la inconmensurable belleza y perfección de un lugar
como San Isidoro de León. No es casual, tampoco, que sean muchos los autores
modernos, que aúnen su línea de pensamiento hacia ciertos asertos, como los
realizados a principios del siglo XX por el controvertido y enigmático
Fulcanelli, tendentes a ver, en estas obras soberbias, representadas en buena
medida por colegiatas y catedrales, las verdaderas universidades de las que se
nutría la Edad Media. En vista de ello, tampoco sería contraproducente hablar
del Camino de Santiago, Camino de las
Estrellas o de la Vía Láctea, en
términos universitarios, y ver en
estas espléndidas portadas y portas
speciosas, auténticas enciclopedias donde se recogía todo el saber no sólo
del mundo conocido hasta entonces, sino también la sabiduría de aquellos otros
mundos y culturas que los precedieron, en busca de cuyo saber perdido se hizo
un auténtico acopio –tras una intensa labor de busca y captura-, en los
florecientes monasterios cluniacenses. Acción que, paradójicamente, se
repetiría, aproximadamente un milenio después en la Europa devastada por la
Segunda Guerra Mundial, cuando estadounidenses, ingleses, franceses y
soviéticos libraron una dura pugna por conseguir todos los manuscritos
medievales posibles, referidos, sobre todo, al ámbito de la Alquimia.
Realizada, según estimaciones, en
el último tercio del siglo XIII y cargada de simbolismo en todo su conjunto, la
parte esencial, sin embargo, digna por su belleza y perfección –hasta el punto,
de que ya individualmente podría ser considerada con toda justicia como Patrimonio
Artístico Cultural de la Humanidad-, sería esa soberbia Puerta de la Majestad que, como un auténtico libro de texto
medieval, conformaría, detalladamente, un peculiar pozo de sabiduría, cuyas
aguas –comparativamente hablando- refrescarían la sed de saber y conocimiento
sobre todo de peregrinos, hasta el punto de recoger, con todo lujo de detalles,
ese mundo religioso y escatológico en el que vivía inmerso el hombre del
Medievo. No sería escandaloso afirmar, por tanto, que en obras tan singulares,
se inspiraran también grandes poetas como Dante Alighieri, para llevar a la
escritura una de las obras cumbres de la Literatura Universal: la Divina Comedia. Como en ésta, en la Puerta de la Majestad, distribuida
también en esos círculos o niveles determinados por las arquivoltas, que
recogen interesantes escenas sobre el
Juicio Final, el Purgatorio, el Paraíso y el Infierno, el artista medieval, cuyo anonimato engrosa las
incógnitas del misterio, nos invita a recorrer otro viaje simbólico, lleno de
claves, que a semejanza de las epopeyas clásicas, nos introduce en esa espiral
trascendental y a la vez iniciática, donde el hombre no sería, sino, más que un
simple peón en el complejo tablero del Universo. Un Universo, cuyo lenguaje es
mediáticamente matemático, y en la mente del artista, los números tienen
también su correspondiente importancia simbólica. De tal manera, que números
tradicionalmente considerados como mágicos por su trascendencia, como el siete,
conforman el número de columnas que se distribuyen a derecha e izquierda de un
pórtico que, si bien, como se ha dicho, se desconoce el nombre del cantero que
lo diseñó, sí conserva, no obstante, el del artesano que aplicó el toque de
distinción y belleza, utilizando como un imán, la seducción inherente a la
magia de la policromía: Domingo Pérez.
Ahora bien, una de las claves que
definen mayor protagonismo simbólico en esta magnífica portada, no es otra que
la relevancia puesta de manifiesto en una figura primordial, bajo la que
gravitan, advocacionalmente hablando, la mayoría de las grandes catedrales: Nuestra Señora. Una figura que,
independientemente de otras consideraciones, fue particularmente venerada y
alentada por cistercienses y templarios a partir del siglo XII, sustituyendo,
en muchos de los casos, a otra figura no menos peculiar y popular: Santa María Magdalena. De hecho, si el
motivo del tímpano representa la
Coronación de la Virgen, ésta misma vuelve a figurar algo más abajo, de una
manera muy cisterciense, como estatua-columna que se localiza en el centro de
las dos pequeñas puertas o puertas bífidas, modelo ampliamente utilizado, no
sólo en diferentes lugares del Camino, sino también en la catedral de
catedrales, dada la relevancia de los restos que supuestamente alberga: la
propia catedral del Apóstol Santiago.
Magnifico relato, estimado amigo Juan Carlos. Me lo llevo impreso para hacer una gira esta proxima Sna. Santa, hasta Toro y extasiarme con tus detalles magnificamente descritos. Habia perdido tus relatos y contacto con tanto viaje y "molicie golfista". Un abrazo. Sabes que te sigo ¡¡¡
ResponderEliminarGracias, amigo Roberto. Hay lugares, como el presente Pórtico de la Majestad de ésta inconmensurable Colegiata de Santa María, de Toro, que merecen una atención muy especial. Son todo detalles y todo información de ese formidable universo en el que vivía inmerso el hombre medieval. Por desgracia, serían necesarias muchas, muchisimas horas de observación y estudio para llegar a comprender en toda su amplitud tan soberbia cantidad de detalles. Siento decirlo, y espero que no lo consideres una crítica, pero soy poco entusiasta del golf, aunque reconozco que levanta pasiones y por supuesto, tiene todo mi respeto. Gracias por tu amable seguimiento y continuamos viéndonos en el Camino. Un abrazo
ResponderEliminar