Las Huellas de los Caminantes
' - ¿Qué estás haciendo? -le preguntó un peregrino al peregrino loco.
- Estoy contemplando mi sombra -le respondió este escuetamente.
- ¿Y qué tiene de interesante tu sombra? -insistió el otro.
- Estoy esperando que me cuente algo...' (1).
Se trata sólo de una metáfora. Me refiero al título de la presente entrada. Pero eso sí, creo que es una metáfora que, desde luego, caracteriza las cualidades trashumantes de éstos verdaderos maestros de la piedra, que en su largo caminar fueron ilustrando una Edad Media sumida en el más impenetrable de los ocasos. Al menos, culturalmente hablando. El que más o el que menos, conoce básicamente los pormenores de una época que comenzó en el siglo VII, con la invasión musulmana de la Península, y se extendió hasta el siglo XV, con la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Cerca de ocho siglos, pues, repletos de vicisitudes y acontecimientos, donde éstos anónimos Caminantes desarrollaron una labor ilustrativa y cultural sin parangón, dentro de las características de un mundo que estaba distribuído, básicamente, en tres estamentos claramente definidos: los oratores, o gentes del espíritu; los bellatores, o gentes de la guerra, y los laboratores, las gentes del trabajo; o lo que es lo mismo, el pueblo llano.
Políticamente correcto o no, coincido con la opinión de José Javier Esparza (2), cuando destaca el papel determinante de la Iglesia como rector del orden medieval. Es lógico, y dentro de sus funciones como poder temporal, político y religioso, la búsqueda de la sabiduría antigua conllevó también que la llama de la cultura no se extinguiera definitivamente, obrando el milagro de que la piedra se convirtiera en los libros de texto que, impresos en las páginas geométricamente sagradas de los templos, cumplían con creces dos conceptos a tener en cuenta: evangelizar e ilustrar. Aquí intervenía el nómada albañil, puliendo los mensajes, generalmente por encargo, y otras veces, incluyendo temáticas que, por no denominar abiertamente heréticas, las dejaremos deslizarse subrepticiamente por el nirvana particular de su estado espiritual en un momento dado.
También es cierto, que a la hora de levantar un templo, generalmente todos solían arrimar el hombro. En este sentido, la observancia de los zapatitos en numerosas iglesias podría responder perfectamente a la hipótesis más aceptada -de hecho, también la más sencilla y menos engorrosa- de que los sillares donde se localizan indican que fueron donados por el gremio de zapateros de un pueblo en cuestión. Lo mismo que las tijeras, quizás no tan numerosas de vislumbrar, constituirían, teóricamente, el tributo para con Dios y la Santa Madre Iglesia, del gremio de sastres que, de esa manera, se aseguraban unas relaciones provechosas, al menos en cuanto a conciencia se refiere, pues no olvidemos que en esa época, el temor a Dios resultaba de una naturaleza tan cotidiana como el comer.
En esta iglesia de San Miguel, localizada en el pueblecito de Beleña de Sorbe, provincia de Guadalajara, uno puede apreciar, en su portada, uno de los calendarios románicos que mejor se conservan, comparable al que se puede encontrar en la fachada de la capilla del caballero San Galindo, anexa a la iglesia de San Bartolomé de Campisábalos. También un curioso capitel que muestra a un ángel con una cruz en la mano y con la otra señalando el sepulcro vacío, o a las Tres Marías comparables, en el fondo, no diría ya que con las Tres Gracias de la tradición greco-latina, pero sí, quizás, con las Tres Madres de la mitología celta, que, por añadidura, también se pueden apreciar en la iglesia de San Miguel, en Estella, Navarra.
Bien es cierto, por otra parte, que si la visión de los zapatitos no deja de ser, hasta cierto punto corriente, también es verdad que no siempre se localizan en número y en lugar tan específico como en este templo -los sillares anexos a la portada-, aunque sí -y este es un dato curioso- en los lugares más insospechados, como en una losa junto al altar, como puede comprobar todo aquél que visite el interior de la iglesia de San Pedro, en Caracena, Soria.
Reconozco que por detalles como este, que pueden parecer insignificantes a priori, tengo mis reservas sobre la verdadera función de ésta señal. Pero de lo que no cabe duda, es de que, aún metafóricamente hablando, es un símbolo que describe perfectamente a uno de los gremios más misterioso y a la vez fascinante de todos cuantos arropó la Edad Media: el de los canteros.
(1) Grian: 'El Peregrino Loco', Ediciones Obelisco, 1ª edición, febrero de 2006, página 44.
(2) José Javier Esparza: 'Moros y cristianos', editorial La Esfera de los Libros, S.L., 2ª edición, febrero de 2011, páginas 246-247.
Precisamente... ese significado que ignoramos, en dicho símbolo, es el que debe animarnos a seguir esos "pasos hacia lo desconocido".
ResponderEliminar¿Quien sabe, hacia dónde pueden llevarnos?
Salud y fraternidad.
Eso mismo creo yo. Y áhí radica precisamente lo atractivo del tema: en no conformarse con lo sencillo y continuar indagando, porque en esas huellas, en esas, a priori metafóricas pisadas, se oculta más de lo que en un principio nos podamos imaginar. Y quizás sea un loco o un romántico, pero conformarme con lo más sencillo nunca me ha resultado atractivo. Un abrazo
ResponderEliminarZapatero a tus zapatos!
ResponderEliminar..quizá pudiera ser el emblema de algo tan sencillo que nos pasa desapercibido?, aunque sólo quizá.
Besines
*
Sí, pudiera ser; pero a veces la explicación más evidente no tiene por qué ser la más plausible. Tal vez sea efectivamente eso, una señal de reconocimiento al gremio que contribuyó con esos sillares. Y quizás indique algo más. Por regla general, los zapatitos suelen estar juntos, en paralelo. A veces solos; es decir, un zapatito. Y otras veces, como es el caso de la iglesia de San Miguel de Biota, uno por delante de otro, como indicando una señal de movimiento...Un abrazo
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