Los enigmas epigráficos del Monasterio de Carracedo


Cualquier viajero que tome la autovía en dirección a La Coruña, se lo encuentra a su derecha, apenas dos kilómetros más adelante de Ponferrada, histórica ciudad donde, entre otros interesantes atractivos históricos, la Orden del Temple tuvo su principal encomienda en el Reino de León. La cúpula neo-clásica de su torre indica, aún en la distancia, la tumba silenciosa de un antiguo cenobio sacro, cuya historia se pierde en la noche de los tiempos: el Monasterio de Carracedo. Una historia incierta, desde luego, cuyas vicisitudes obligan a remontar el curso de nuestra mirada hacia los profundos abismos que marcaron el destino fatal del reino visigodo, sellando un largo y tortuoso periodo de sangre y dominación, que duraría, cuando menos, siete largos siglos.
En base a esto, podríamos situar los comienzos históricos del monasterio de Carracedo, por lo pronto, en esa terrible décima centuria, en la que destacó un personaje de infausto recuerdo, no sólo para los reinos cristianos, sino también para las iglesias, los cenobios y monasterios dispersos como colmenas por la geografía peninsular: Almanzor. No en vano, considerado por éstos como el azote de Dios, sus continuas y devastadoras razzias empujaban a los monjes a buscar refugio en lugares cada vez más abruptos e inaccesibles en montes y montañas. Llama la atención, entonces, que este enigmático cenobio se levante en esa desprotegida llanura del Bajo Bierzo, que une Ponferrada con Villafranca y facilita, de paso, la puerta de acceso a Galicia. Y lo llama mucho más, en ésta primera fundación -posteriormente, hubo varias refundaciones- que la elección fuera un inmenso bosque de robles y encinas; es decir, un típico bosque sagrado celta. Semejante detalle, puede conllevar, así mismo, la hipotética pregunta de si en sus orígenes pudo haber, quizás, monjes o refugiados de origen irlandés, o scoto, como se les denominaba. Tal vez alguno de esos grupos que, a imitación de los guerreros celtas, solían embarcar y viajar por el mundo en grupos de trece -atención al simbolismo-, incluido el maestro o jefe de la expedición. La pregunta, creo que no es banal, si tenemos en cuenta el origen diverso de las comunidades que se fueron estableciendo por la zona, bajo la protección del rey Bermudo II -rey de profundas raíces bercianas, cuyo cuerpo reposó en este monasterio después de su muerte-, y las numerosas reminiscencias de origen celta, con las que nos vamos a tropezar, prácticamente desde el momento en el que comencemos nuestra visita a un lugar tan peculiar.


Dada la cantidad, y a la vez variedad de simbología grabada en los arcanos sillares de este longevo lugar, ésta impresión nos resultará más evidente y fácil de localizar, si comenzamos nuestra visita a los mismos pies del pórtico principal de acceso a la antigua iglesia medieval, de los siglos XII-XIII. Si en el monasterio asturiano de Arbás destacan las figuras de un buey y un oso, legendariamente asociadas a su fundación, los custodios asmodeos que guardan la entrada al templo, son aquí las cabezas, por desgracia mutiladas, de dos toros. Figuras de rico simbolismo, no sólo asociadas a antiguos cultos de origen táurico y solar, característicos de numerosas culturas mediterráneas, sino también a una persistente leyenda, cuyo foco original, parece ser, se localiza en el antiguo reino de Asturias, y que se fue extendiendo progresivamente a los demás reinos a medida que avanzaba la Reconquista: el tributo de las Cien Doncellas (1).
Un escudo constituido por castillos y leones, ocupa el centro del tímpano. Con referencia a los tímpanos románicos, quizás sea oportuno precisar que tan sólo se conservan tres en la provincia de León, reduciéndose a uno en la de Asturias (2): uno se localiza precisamente aquí, en Carracedo, en un lateral de la iglesia; otro, en la catedral y el tercero, en un pueblecito, Castroquilame, que se sitúa siguiendo la carretera de Carucedo -famoso por el lago de la Xana Caricea o Carisia- en dirección a la provincia de Orense.
Ya antes de observarlos distribuidos secuencialmente en la torre circular anexa a la torre principal, se los localiza, aparentemente sin orden ni concierto, en numerosos sillares cercanos a ésta. Se trata de motivos florales, estrellados y polisquélicos, que algunos autores consideran como pruebas de cantería realizadas antes de confeccionar la cenefa artística de la torre a la que hacía referencia (3). Pero, sin duda, donde mayor número de marcas de cantería hay, propiamente hablando, es en el claustro, precisamente en esa zona arruinada de antiguas dependencias, situadas junto a la iglesia y el moderno e interior acceso a ésta. Allí, entre un león y algunos otros símbolos de origen visigodo -como un árbol de la vida, cuya posición, visto tumbado, puede sugerir, incluso, la espina dorsal de un pez; algún disco solar y alguna inscripción indescifrable- sobreviven numerosos símbolos lapidarios, entre los que destacan, por su cantidad y repetitividad, esencialmente dos de ellos: la estrella de cinco puntas y un símbolo similar al del infinito, aunque sin llegar a completar la unión de las elipses.
Es, precisamente en ésta parte del defenestrado monasterio, donde también se constata la presencia, insistentemente repetitiva como para no tenerla en cuenta, de motivos aparentemente florales que, no obstante, reproducen una cruz paté. Modelo de cruz que, inevitablemente -y aún admitiendo de antemano su inexclusividad- conlleva a preguntarse -quizás para aumentar aún más los ya de por sí numerosos misterios del lugar-, si en la historia de Carracedo, hubo un periodo en el que el Temple estuvo presente. Y de admitir esa posibilidad, cabría, a la vez preguntarse si con éstos legendarios monjes-guerreros, llegó alguna de esas herméticas hermandades de canteros que, está constatado, trabajaron bajo su tutela y protección, pasando en algunos casos a la clandestinidad con la supresión de la Orden. Hermandades, oportuno es decirlo, que firmaban sus obras con unos símbolos particulares que los definían: la pata de oca, la estrella de cinco puntas y el famoso Sello de Salomón (4). 
A éste respecto, y encaminado a toda aquella persona que desee ampliar sus conocimientos sobre este tema, les recomiendo la lectura del artículo de Maese Alkaest, titulado El Bierzo templario: Pieros.


(1) Este episodio legendario, se puede encontrar, entre otras, en Carrión de los Condes y Villalcázar de Sirga, en la provincia de Palencia, y también en el rito de las Móndidas, que se celebra en el pueblo soriano de San Pedro Manrique, coincidiendo con el solsticio de verano.
(2) El de la iglesia de San Juan Bautista, en Priorio, a unos 8 kilómetros de Oviedo.
(3) José Antonio Balboa de Paz: 'El monasterio de Carracedo', Instituto Leonés de Cultura. Diputación Provincial de León, 2ª edición, año 2005.
(4) Entre estas hermandades, cabe mentar: los Hijos del Padre Soubise, los Hijos de Maître Jacques y los Hijos de Salomón.

Comentarios

  1. Hola Juan Carlos!
    ¡Una entrada estupenda! Cómo me gusta Carracedo, aún como está, casi ruinoso, en el se siente la paz, es un lugar con una pureza especial.
    Me gusta tú descripción, aún saltando a la vista su situación, ni me había planteado que se encontraba en una llanura y seguro, sería en su origen un bosque y mucho menos me había fijado en la cantidad de huellas de canteros que tiene, si es que tienes que ir a los sitios para que me fije en su "interior" jaja, sobre todo el segundo vídeo es una pasada, ahora, Santana de música no se lo hubiese puesto en la vida, y me encanta el músico, jeje, Besotes!

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  2. Hola, bruja. Hay algo especial en esas ruinas; se siente en su conjunto. Por ejemplo, me impresionó mucho ver el solar en que está convertida la hospedería, sin muros, sin techo, silenciosa y nostalgia al raso, bajo la luz de esas mismas estrellas que durante siglos han guiado a los peregrinos. Pero también me impresionó la gran cantidad de testimonios epigráficos que aún sobreviven, sin orden ni concierto, entre aquellos sillares que milagrosamente se mantienen en pie. Por la cantidad de estrellas de cinco puntas, se diría que por aquí anduvieron, en algún periodo indeterminado, esos Hijos de Salomón que jalonaron con su sabiduría numerosos lugares del Camino de las Estrellas. Hay un pequeño universo que mezcla épocas y culturas con la melancólica luz de un pasado olvidado. La música, qué le vamos a hacer, era la única que en tiempo se adecuaba. Como sabes, cuando se me estropeó el disco duro portátil, no sólo perdí numerosas fotos y vídeos, sino que también se quedó en el limbo prácticamente toda la música que tenía. Como se suele decir, el fin justifica los medios. Un abrazo

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