Nigra Sum: Nª Sª de los Canteros



'He aquí que vengo conmovida por tus ruegos, ¡oh Lucio!. Sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos, la mayor de los dioses y reina de todos los difuntos, primera y única sola de todos los dioses y diosas del cielo, que dispenso con mi poder y mando las alturas resplandecientes del cielo, y las aguas saludables de la mar, y los secretos lloros del infierno. A mí, sola y una diosa, honra y sacrifica todo el mundo en muchas maneras de hombres. De aquí los troyanos que fueron los primeros que nacieron en el mundo, me llaman Pesinustica, madre de los dioses. De aquí, asimismo, los atenienses, naturales y allí nacidos, me llaman Minerva cecrópea, y también los de Chipre, que moran cerca de la mar, me nombran Venus Pafia. Los arqueros y sagitarios de Creta, Diana. Los sicilianos de tres lenguas me llaman Proserpina. Los eleusinos, la diosa Ceres antigua. Otros me llaman Juno, otros Bellona, otros Hecates, otros Ranusia. Los etíopes ilustrados de los hirvientes rayos del sol, cuando nace, y los arrios y egipcios, poderosos y sabios, donde nació toda la doctrina, cuando me honran y sacrifican con mis propios ritos y ceremonias, me llaman mi verdadero nombre, que es la reina Isis...' (1).

Quizás todo se reduzca, en el fondo, a una cuestión tan simple, como es aquella de admitir, lejos de posturas de fanatismo e intransigencia, que éste fenomenal legado imaginario, especialmente relevante y prolífico en países como Francia y España, representa la esencia de unos cultos matriarcales y ancestrales, que el Cristianismo fue incapaz de abolir, pero que convenientemente enmascaró, accediendo a conceder a la figura matriarcal de María, una importancia que en absoluto tuvo en sus orígenes.
Presente, pues, desde las eras más oscuras de una humanidad que ya comenzaba a sentir atisbos de la presencia divina en su forma más fructífera y femenina, con la idea de una Gran Diosa Madre, a la que no sólo representó con la forma vital y ondulada del mar primigenio, sino de una manera aún más gráfica y significativa, como son las inconfundibles vulvas que llenaron los rincones más oscuros y secretos de los más impenetrables sancta-sanctórum de las cavernas, el concepto fue evolucionando hacia formas más concretas que, con mayor o menor grado de femineidad o de grafismo, fueron sugiriendo diferentes puntos de vista a la hora de su interpretación.
No tan abundantes como las imágenes que, por desgracia, se muestran, en muchas ocasiones, en un estado lamentable en nuestros templos, o bien convenientemente amputadas y ocultas debajo de vestidos pomposos que las desmerecen por completo, hubo canteros que rindieron culto a la Gran Mater, reflejándola de una manera, en cierto modo grotesca, en sus trabajados capiteles. De tal manera que, a pesar de su ocasional presencia, suelen verse representadas como figuras femeninas de cuyos pechos maman serpientes y cuya interpretación, desde un punto de vista ortodoxo y ajeno a las circunstancias mencionadas -que darían para escribir auténticos tratados-, se tiende a considerarlas desde una ocasional referencia a la lujuria. Esto se nos puede antojar ridículo, si añadimos que existen representaciones que no sólo muestran a las serpientes –animal netamente terrestre- mamando de los pechos de la figura femenina en cuestión, sino que además, se percibe la universalidad del concepto representado, con la inclusión, no sólo de las espirales o círculos concéntricos que suelen apreciarse a la altura de la barriga –el eterno ciclo vital de muerte y renacimiento- sino también con la inclusión de seres de carácter aéreo y celestial, como las aves.



(1) Lucio Apuleyo: 'El asno de oro', S.A. de Promoción y Ediciones (Club Internacional del Libro), 1993, Undécimo Libro, página 234.

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