Libros de Piedra: San Juan de Duero
Afirman
los anónimos autores de esta monumental enciclopedia pétrea, que en pocos
lugares de nuestra Península el equilibro, la medida, la mesura y la
proporción, entre otras muchas características de su genuino prólogo, se
conjugaron, parece ser que en esos nebulosos eones de principios o mediados del
siglo XII, para inscribir en las singulares páginas de la Historia, una
auténtica Obra de Arte, que aproximadamente un milenio después, continúa
levantando no sólo admiración por inercia propia sino también ampollas en
cuanto a su verdadera funcionalidad. Cierto es, no obstante, que buena parte de
sus originales cubiertas, hechas del mejor material de las canteras sorianas, han
sido roídas por la voracidad del tiempo, posiblemente más inocente, en lo que
cabe, si lo comparamos con la siempre funesta y permisiva ansia de destrucción,
que suele caracterizar a ese defecto tan humano llamado irrespetuosidad. Y sin
embargo, lo que todavía se nos permite leer en sus dorados restos, resulta más
que suficiente como para hacernos pensar, alicaídos pero también aliviados, que
frente a nuestra vista tenemos, después de todo, un maravilloso aunque
impredecible y poco comprendido incunable. Un incunable que, a juzgar por el
lenguaje jeroglífico que caracteriza al conjunto de sus gloriosas páginas, bien
pudiera haber contado, entre sus anónimos pero sabios autores, con parte de
aquéllos singulares genios de la piedra que también participaron en la cercana
concepción escultural de otra obra cumbre del románico capitalino soriano –la
iglesia de Santo Domingo, que ya tuviéramos ocasión de ver en una entrada
anterior-, donde quizás a la elegante glosa poitevina,
se le añadió el encanto hechizador de la dulce semántica oriental. Una
semántica ésta, por añadidura, que habría de caracterizar no sólo los curiosos
templetes situados en la cabecera de la iglesia, que conforman
cuasi-novedosamente las tradicionales capillas de la Epístola y del Evangelio –que
tan abundantes se encuentran en tierras de la antigua y mitológica reina Lupa,
sea, siquiera, coronando la fría austeridad de las torres de sus iglesias-,
sino también, en lo que se refiere, principalmente, a esa exquisitez
escatológica que constituye un sorprendente deambulatorio, quizás erróneamente considerado
como claustro. Porque ahora bien, sin ánimo de desmerecer a ese encantador
romanticismo que generalmente suele gustar de ir acompañando a toda aventura
artística a la que el tiempo ha concedido las prebendas nostálgicas del
rastrojo y del musguillo –detalle que solía enaltecer las carismáticas
preferencias de un genio de la arquitectura moderna, como fue el Maestro D.
Antoni Gaudí i Cornet-, ni tampoco a ese cientifismo lineal que traza senderos
de buey con el arado de su escepticismo, puede que el lector que acaricie con
sus manos –ingenuo aunque no carente de determinación- el pergamino ferruginoso
de esos arcos diametrales que miran con perentoria melancolía hacia Jerusalén,
coincida, después de todo, con la idea original de alguien que, si bien se
ignora sea cuello laureado dentro del celoso y a la vez privilegiado círculo de
la exclusiva Argonáutica románica
–aunque sí parece destacar en la enseñanza universitaria- y cuyo nombre éste
romántico biógrafo de las nieves de
antaño no se quiere privar de decir, Javier Martínez de Aguirre (1), y vea,
en la estructura de semejante texto, una familiaridad con esas otras capillas
de índole funerario y deambulatorio bien definido –Eunate, Torres del Río,
etc-, que harían de este lugar, si tal fuera el caso, qué duda cabe, una
novedosa alternativa a lo orientalmente conocido, ofreciendo de paso, una
visión nueva respecto de una obra que, aunque pudiera haber sido concebida como
cementerio, continúa despertando una admiración y una pasión inusitadas.
(1) Javier Martínez de Aguirre, es profesor de Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid. De su extensa e interesante obra, se recomienda, en lo que respecta a la presente entrada, la lectura de su trabajo titulado 'San Juan de Duero y el Sepulcrum Domini de Jerusalén'.
Hola!
ResponderEliminar¡Qué lugar tan mágico! Como tú descripción, se nota que para ti es especial. Todo un enigma su proceder sin embargo su estar no pasa inadvertido a nadie, hasta Becquer escribió una bonita leyenda de este lugar de las tantas que giran en su entorno, hasta el montículo que le da sombra es el de Las Ánimas.
Viendo el vídeo he recordado la fría nieve de un enero helado en un día que prometía todo y al final quedó más gélido que el ambiente que nos rodeaba, ahora, gustarte te gustó y te quedó bonito jaja.
Besos.
Es verdad, bruja, no lo puedo negar: siento una fascinación muy especial por este lugar; un lugar del que, como ves, nunca se termina de aprender. De ahí, aparte de su belleza, que siempre nos parezca maravillosamente misterioso. El vídeo, como bien dices, se gestó un helado mes de enero de hace algunos años, cuatro diría yo. Pudo haber sido un recuerdo mejor, es cierto, pero en fin... Bécquer sabía más de lo que pensamos cuando imaginó a las ánimas de los templarios en un monte que ya era sagrado antes de que a su pie se levantara la iglesia y el monasterio: un monte de celebraciones celtíberas. Un abrzo
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