Lenguajes del Silencio: graffitis de peregrino en una ermita solitaria


Símbolos, señales, huellas, marcas de identidad indefinidas, conforman una parte esencial de ese universo mágico-espiritual que ha acompañado siempre a la aventura humana y cuya constancia queda reflejada, principal que no exclusivamente, en la miríada de templos y santuarios que jalonan tanto las pequeñas como las grandes rutas de peregrinación. Ni las marcas de cantero, ni tampoco ese otro simbolismo amateur asociado –pero evidentemente intencionado-, al que a falta de mejor nombre solemos referirnos, generalmente, como graffitis de peregrino, son exclusivas de una época y de una cultura determinadas; sino que, bien al contrario, se manifiestan en el tiempo, surgidos, diríase que espontánea y subjetivamente, en el impreciso momento en el que el concepto de espiritualidad germinó en los pensamientos de las primeras civilizaciones, tal vez a la vez que el descubrimiento del fuego y de la rueda.

Lejos de considerarse como un aserto indiscutible, capaz de sentar cátedra en un tema tan complejo, sí podría decirse que hay ciertas iglesias con la categoría actual de ermitas que, situadas en muchas ocasiones en lugares solitarios y más o menos distantes de las poblaciones más cercanas, parecen mantener vigente un importante foco de atracción para este tipo de manifestaciones, incluidas aquellas que, por su inconsecuente simpleza, podríamos calificar de dañino narcisismo personal, las cuales las describía perfectamente el gran poeta Antonio Machado, al referirse a las cortezas de los álamos del Duero, cuando decía en sus versos aquello de iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas.

Ermitas, que además parecen tener como una característica destacable, lo especial de sus advocaciones –San Roque, San Vicente, San Cristóbal, Santa María Magdalena, etc-, incidiendo, tal vez con más ahínco que en el resto, en una figura mariana muy particular que demarca el lugar, y que posiblemente señale –como los antiguos miliarios romanos-, un camino de iniciación, remarcando los antiguos lugares de culto a la figura primordial de la Gran Diosa Madre. Por otra parte, si bien estos graffitis no parecen ser ajenos a cualquier tipo de construcción religiosa –sobre todo, en aquellas situadas en los ámbitos rurales-, sí parecer ser mucho más prolíficas y abundantes en este tipo de lugres, estando determinados, no sólo por la presencia de símbolos de carácter mágico e incluso astrológico, en algunos casos, sino también por la exuberante presencia de un tipo de cruz muy específico y determinado, a la que se denomina como monxoi –inconfundible por el montículo sobre el que se eleva-, y que además de la referencia a esos montes del gozo desde los que se divisaba el santuario de destino –Santiago, Roma o Jerusalén-, conllevan también, en su propia génesis, la costumbre pagana del tributo simbólico a los lares viales, siendo posiblemente el ejemplo más claro y evidente, la Cruz de Ferro de Foncebadón, en pleno Camino de Santiago a su paso por los montes de León. Sin obviar, por supuesto, aquellos otros objetos de simbolismos más complejos, como la asociación entre el árbol de la vida, la cruz y sus singularidades espacio-temporales aplicadas a la geometría sagrada.


Comentarios

  1. Que cantidad de marcas por metro cuadrado. Hoy justamente he estad viendo un reportaje de canteros, que ya había visto en otra ocasión.
    Las marcas y dibujos se encontraban en las propias canteras escavadas por debajo del nivel del suelo. Un saludo.

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  2. Hay muchas cosas interesantes relacionadas con el mundo de la cantería. De alguna manera, también en las canteras debían señalar aquellas sillares que correspondían a unos y otros, y posiblemente también se pusiera en ellos el sello o la marca, por decirlo de alguna manera, de la propia cantera, que generalmente solía depender del poder real, bajo administración de los señores de la zona. Saludos, Minerva

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  3. Un artículo muy interesante. Mi enhorabuena ;)

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  4. Agradecido por tan amable comentario, Pablo. Un cordial saludo,

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