La Psicomaquia de Cifuentes



Uno de los detalles que ponen de manifiesto ese movimiento de recuperación de las antiguas fuentes clásicas, promovido, sobre todo, por esa multinacional de la fe, que comparativamente hablando, podríamos considerar a Cluny y su entorno religioso-cultural, es, entre otros, la utilización de viejos textos que siglos, milenios antes, e incluso también después, como veremos, de ese kilómetro cero del Cristianismo, que comienza a partir del martirio, crucifixión y muerte de Cristo, enfrentaba vicios y virtudes, cualidades y defectos, que se batían en una balanza muy particular, llamada mundo, teniendo como objetivo la liberación o la condenación del alma humana. Posiblemente, hubiera otros textos; y también, evidentemente, otros autores, cuyas referencias, perdidas y olvidadas, han sido definitivamente tragadas por las incontenibles arenas de ese reloj biológico imparable que es el tiempo. Pero no cabe duda, de que uno de los modelos esenciales seguidos por los canteros medievales –bien por sugerencias patronales, bien por iniciativa propia, cosa ésta bastante más improbable, aunque no imposible, si tenemos en cuenta una sociedad donde el acceso a la cultura quedaba apenas relegado a los ámbitos estrictamente monasteriales- fue un poema de Prudencio, titulado La Psicomaquia. Precursor de otras alegorías medievales que calaron hondamente en el pensamiento, así como en el espíritu medieval –como el Roman de la Rose o Romance de la Rosa-, se supone que éste, poeta hispano-latino –nacido en la emblemática ciudad riojana de Calagurris, o Calahorra, aunque existen voces discordantes, que lo sitúan en Cesaraugusta, Zaragoza-, lo compuso hacia el año 392 d. C., convirtiéndose en todo un referente, seguido incluso en épocas muy posteriores, como el denominado Siglo de Oro, siendo utilizado por insignes dramaturgos, como Calderón de la Barca, en sus famosos Autos Sacramentales. Si bien este tema podría considerarse como la materia prima que lenta, pero constantemente se cuece en el atanor del más puro estilo románico, en pocos sitios se tendrá una visión tan generalizada del mismo, como en la fantástica portada de Santiago, uno de los escasos restos bizantinos originales sobrevivientes en la muy reformada iglesia de San Salvador de Cifuentes, pueblo que hemos de situar en esa zona tan particular de Guadalajara –a la que allá por los años cincuenta, ya se lamentaba el polifacético escritor Camilo José Cela, al hablar de un hermoso país al que la gente no le da la gana ir-, que es la Alcarria, en cuyas cercanías se encontraba el monasterio cisterciense de Óvila, comprado por el magnate de la prensa, Randolph Hearst –el famoso Ciudadano Kane, de la película de Orson Welles-, y trasladado piedra a piedra a los Estados Unidos. Situada en plena ruta jacobea a su paso por la provincia –de ahí, precisamente, su nombre-, se estima que ésta portada, en la que los expertos observan influencias franco-poitevinas –recuérdese, en este sentido, aquéllas otras que así mismo destacan en la iglesia de Santo Domingo, antiguamente Santo Tomé, de la capital soriana-, responde a un románico tardío, sin duda, influenciado por los avatares de la Reconquista, estimándose su ejecución o elaboración, hacia el año 1261. De las numerosas arquivoltas que se aprecian en la portada, tan sólo tres de ellas contienen ornamentación: la más externa, donde se alternan figuras humanas y demoníacas en eterna lucha por la posesión del alma; la central, que muestra motivos geométricos en forma de puntas adiamantadas y la interna, que, correspondiéndose con el núcleo, corazón o paradisum, estaría representada por las figuras de ángeles y apóstoles. Y en medio de tan espeluznante maremágnum simbólico –posiblemente, antecedentes también de esos escatológicos viajes al otro mundo, cuyas referencias no sólo se encuentran abundantemente en las fuentes clásicas a las que hacíamos referencia al comienzo, sino también en el Nuevo Testamento, en el Corán y en grandes obras de la literatura universal, como la Divina Comedia, de Dante-, los motivos de los capiteles, con seguridad, más atacados por la lamia del tiempo que el resto del conjunto ornamental, muestran pasajes de la vida de Cristo. Pero hay algunos temas colaterales, como las abundantes marcas de cantería, pródigas en los sillares anexos a ésta portada, así como ciertas similitudes estilístico-temáticas, afines a determinadas figuras y personajes, que recuerdan mucho a otras representaciones que, aunque situadas fuera de las lindes precisas del Camino Francés a su paso por Navarra, y más concretamente, en las proximidades de Puente la Reina, inducen, cuando menos a reflexionar, y también, por qué no decirlo, a especular. Pero eso formará parte de otra u otras entradas en el futuro.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando el Arte nos recuerda la genialidad de los maestros canteros

Sepúlveda: el Santuario de las Patas de Oca

Canteros de Debod