Marcas y graffitis en la catedral de Oviedo
‘Quien va a Santiago y no al Salvador, visita al siervo pero olvida al
Señor…’
Dejándolo aparte, pero no sin previamente reconocer la
importante deuda histórica que la peregrinación a Santiago tiene con Oviedo y
su monumental catedral, dedicada a la figura del Salvador –relegadas ambas a un
segundo plano, por un calculado interés político, económico y social avalado
por el afianzamiento de las fronteras, cuyas consecuencias más inmediatas, fueron
la variación del destino y de las rutas originales, aquellas, que para evitar el
peligro del moro, pasaban por los
lugares más escabrosos, geográficamente hablando, de Álava y de Asturias-, no
deja de ser un hecho cierto, también, que una parte considerable de esos
paradigmas que han acompañado siempre a la aventura humana, dejaron buenas
influencias, sin duda, en un lugar tan legendario y espectacular. Es cierto,
así mismo, que como todo o casi todo vestigio de nuestro rico, riquísimo pasado,
la catedral de San Salvador se ha visto afectada por una importante cantidad de
alteraciones, cuya pérdida, con toda seguridad, nos suponga, en más ocasiones
de las que realmente nos gustaría, acudir por obligación a ese pobre recurso,
que no deja de ser, después de todo, la especulación. Aun así, no obstante, el
buen observador todavía puede constatar, que en el fondo, y como piezas
descabaladas de lo que podríamos considerar una parte importante de ese inconsciente colectivo que tan
oportunamente nos presentara C.G. Jung –sobre su persona, reconozco que me
inclino eventualmente por la aseveración informal que hacía de él Enrique
Eskenazi, al afirmar que no era tanto un
psicólogo preocupado por temas de ocultismo, sino más bien un ocultista
disfrazado de psicólogo-, en cuyos profundos estratos, la psique oculta el
inapreciable –y generalmente inalcanzable- tesoro del Símbolo.
A tal respecto,
cierto es, también, que no disponemos de un manual de instrucciones que nos
vaya guiando y señalando, a cada paso de nuestro recorrido, las pautas que
debemos seguir en cada momento, cada vez que en nuestros viajes nos tropezamos,
de manera involuntaria o no, con cualquiera de sus expresiones. Tampoco existe
un manual, que pueda afirmar categóricamente en qué lugar específico hay que
mirar, aunque sí podría afirmarse que, al menos en cuanto a graffitis de peregrino se refiere, las
portadas de acceso a los templos parecen constituir ese imaginario tablón de
anuncios, en el que generalmente el peregrino dejaba constancia, no sólo de su
paso por el lugar, sino también de la posible motivación espiritual o anímica,
relacionada con el viaje que estaba realizando. Posiblemente, y basándonos en
la persistencia de ciertos símbolos, tendríamos que dejar a un lado las
consideraciones personales y pensar en la posibilidad de un lenguaje común. Un lenguaje codificado, se podría decir, que puede variar en el modus operandi, pero que se mantiene
fiel en cuanto al objetivo a conseguir. Dentro de ese supuesto lenguaje, y por una repetitividad más
que casual, hay ciertos símbolos que destacan del resto, y que, de alguna
manera, parecen guardar, después de todo, una no menos estrecha relación: entre
ellos, caben destacar la pata de oca
y la cruz monxoi. Ambas, a su manera,
no sólo se relacionan con la prueba del
laberinto o el viaje iniciático
que se está siguiendo –que en el fondo, se trata de eso-, sino que además,
comparten el objetivo final de éste: el encuentro con Sophia. O lo que es lo mismo, dicho sin el suplemento gnóstico, con
la Sabiduría. Al menos, en su sentido alegórico.
Como alegórico puede ser, también, hablar de marcas de
reconocimiento, sea del tipo que sea la naturaleza del que podría considerarse
como jugador: gremio, asociación,
cofradía o buscador solitario. Presente, así mismo, hay otra marca que parece
original, de época y que resulta fácilmente de localizar en numerosos templos
románicos: la a mayúscula o el
compás, asociado, cuando menos, a la mayoría de los gremios canteros medievales
y en ocasiones, si nos referimos al ámbito de la pintura en los retablos,
sustitutiva de la Tau en la figura de
San Antón, como podrá constatar todo aquel que se pase un día por la iglesia de
San Martín, en Artaiz, Navarra. Junto a ésta, y evidentemente manipulada,
figuran no sólo cruces aspadas tipo esvástica, sino lo que bien podría
considerarse como un esquema geométrico, a los que eran muy dados los canteros,
puesto que también utilizaban la piedra como soporte de planos: un rectángulo
de cuyo centro aproximado parte una línea recta, que podría señalar la planta
del recinto en cuestión. A la línea central, se la han añadido más líneas
verticales, hasta conformar algo similar a la pata de oca.
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