Marcas de cantería en el Monasterio de San Salvador de Cornellana
No se
trata, exclusivamente, de mostrar solamente las interesantes marcas de cantería
que se localizan, principalmente, en el ábside de este peculiar monasterio, el
de San Salvador de Cornellana, tan estrechamente ligado a los antiguos caminos
de peregrinación del Principado de Asturias –incluidos aquéllos denominados
como Ruta de los Salvadores-, sino
también, de aprovechar la ocasión para aportar un pequeño grano de arena y a la
vez elevar la voz, siquiera en tono de súplica, para que los organismos
oficiales pertinentes remitan los medios adecuados y no permitan que este
importantísimo conjunto histórico-monumental termine desapareciendo, corriendo
la misma y triste suerte que la inmensa mayoría de monasterios –cerca de cien,
según algunas fuentes-, que se calcula hubo antiguamente en ésta cuna de la Reconquista, que es ese
paraíso natural llamado Asturias.
Si bien es cierto, que en la actualidad, la Constructora San José está realizando
trabajos de rehabilitación –entre otros lugares de interés artístico, ésta
misma constructora acometió los trabajos de restauración del Palacio de Santoña, que fuera la antigua
Sede que la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Servicios de Madrid tenía
en la céntrica calle de las Huertas, perteneciente al emblemático Barrio de las Letras-, éstos, al
parecer, sólo se reducen a la adecuación de los tejados, obviando el interior
de una iglesia que amenaza ruina, hasta tal punto que, como pudo comprobar un
servidor a finales del pasado mes de agosto, no se permite visitar el claustro –no
el original, sino uno barroco de dos plantas, levantado en el siglo XVI-, por
el peligro real que supone para la integridad física de las personas la amenaza
de desprendimiento.
Fundado en el año 1024 por la infanta Cristina, hija de
Bermudo II, rey de León, no tardó en pasar a depender de la Orden de Cluny, o monjes negros que, recordemos, fueron de
los primeros en establecerse en puntos estratégicos situados tanto dentro como
en las proximidades de los principales caminos de peregrinación. Posiblemente
de esa época, siglo XII, sean las numerosas marcas que los canteros dejaron en
los sillares, tanto del ábside principal como de los absidiolos secundarios, la
mayoría de ellas sobradamente familiares y fácilmente observables –tanto en
conjunto, como por separado: la a o alfa mayúscula con forma de compás, la w
con forma de omega, la ballesta, algo parecido a una f mayúscula que podría
describir algún tramo de la nave, etc- en otros lugares de similar época y
condición. Pero también es cierto que, como suele ocurrir en numerosos casos,
la persona observadora descubra alguna marca curiosa que, solitaria y ajena al
conjunto, le llame especialmente la atención. Y eso, a fin de cuentas, forma
parte, a la vez, de los numerosos y fascinantes enigmas que contiene este
admirable lugar, donde, para abrir boca a futuros investigadores y curiosos, se
localiza, además, una rareza de singular simbolismo, de la que se hablará en
otro momento: la famosa osa amamantando a
una niña, que no sólo figura en una portada lateral, sino que también forma
parte del simbolismo integrado en el escudo del propio monasterio. Notable, así
mismo, es el simbolismo de las pinturas que decoran –con mayor o menor grado de
deterioro- las bóvedas laterales, entre las que se advierte, pintada en negro,
una cruz de Malta o de ocho beatitudes, así como una curiosa cruz-crismón, que
a la vez, remite a otro de los grandes arquetipos de la Historia de la Humanidad:
la rueda.
En fin, que aun de una manera escueta y somera, no cabe duda de que
cualquier esfuerzo por conservar una riqueza patrimonial como la que se observa
en este monasterio de San Salvador, ha de suponer siempre más que un esfuerzo,
una auténtica obligación.
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