Canteros de Veruela: magia a la vera del Moncayo



'Genios del aire, habitadores del luminoso éter, venid envueltos en un jirón de niebla plateada. Silfos invisibles, dejad el cáliz de los entreabiertos lirios, y venid en vuestros carros de nácar, a los que vuelan uncidas las mariposas. Larvas de las fuentes, abandonad el lecho de musgo y caed sobre nosotras en menuda lluvia de perlas. Escarabajos de esmeraldas, luciérnagas de fuego, mariposas negras, ¡venid!. Y venid vosotros todos, espíritus de la noche; venid zumbando como un enjambre de insectos de luz y oro. Venid, que ya el astro protector de los misterios brilla en la plenitud de su hermosura. Venid, que ha llegado el momento de las transformaciones maravillosas. Venid, que los que os aman os esperan impacientes...'.
[Gustavo Adolfo Bécquer: La corza blanca]
Afirmaba don Javier Lambán Montañés, allá por el año 2005, siendo Presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, que los hermanos Bécquer y el monasterio de Veruela son uña y carne. Es imposible separarlos sin que se produzca un desgaste doloroso (1).
Y no le falta razón. Sucede que, cuando nos referimos a este viejo y desde luego, emblemático monasterio aragonés, resulta imposible dejar pasar de largo, aunque sea con una somera referencia, el entorno, espectacular y mágico, en el que se asienta. Un entorno que gira, desde tiempo inmemorial, alrededor de una montaña; una montaña sagrada y mítica, cuyo magnetismo ha atraído la atención y el respeto de los hombres desde el alba de los tiempos: el Moncayo.
Gustavo Adolfo Bécquer, cual Herodoto moderno, no sólo se nutrió de su febril imaginación en un tiempo en el que, gravemente enfermo, recaló en el lugar; sino que, a la vez recogió, como agua de mayo -esa misma agua que reclaman constantemente los sedientos campos aragoneses-, una rica variedad de tradiciones, de índole cultual y antropológico que, pertenecientes a lo que bien podríamos denominar como la Antigua Religión, fueron bruscamente cercenadas, cuál cabeza de Hydra, con la llegada de una religión que pronto olvidó sus orígenes humildes y que no tardó en olvidar también la persecución a la que había sido sometida -sobre todo, en tiempos del emperador Nerón-, para poner en práctica métodos de autoritarismo, cuya intransigencia y crueldad alcanzaron cotas demenciales en siglos posteriores, con la creación del Santo Oficio: el Cristianismo.
Las impresiones de Bécquer, no sólo basadas en cuentos y leyendas populares de la zona, sino también recogidas de una manera pinturesca y magistral en ese auténtico reportaje que, en mi opinión, constituyen sus Cartas desde mi celda -publicadas en su conjunto y a modo de homenaje póstumo, después de su muerte, acaecida en 1870- nos acercan, con la visión interior de un auténtico poeta, a un mundo extraño, romántico y fantástico a la vez, que no es otro que el que, aún a pesar de los siglos transcurridos, envuelve a este monasterio de Berola, tal y como era conocido en algunos cartularios de época medieval.
Atravesar la cerca amurallada que conduce al interior de ésta joya bizantina -término con el que, en la época de Bécquer, siglo XIX, se referían al arte románico en general- es penetrar en el mundo de las ideas; un mundo desde luego perdido, en el que éstas, precisamente, se transforman en símbolos que, a su vez, conllevan formas de pensamiento -no sólo científico, como puedan ser, comparativamente hablando, las espirales y su posible equivalencia astronómica y arquitectónica- sino también filosófico y religioso, sin que necesariamente este último concepto lleve implícita una genuina y exclusiva patente cristiana, apostólica y romana. Esta, al menos, es mi opinión, sin ir más lejos, cuando observo el que quizás sea el símbolo cantero más famoso y referente de cuantos figuran en el haber del monasterio de Veruela: la cabeza de la paloma.
Pero antes de profundizar en el tema, es bueno precisar que, si bien Gustavo Adolfo Bécquer prestó un inestimable servicio literario capaz de envolvernos con el ambiente y el entorno que rodean a Veruela, igual o mayor servicio prestó su hermano Valeriano, con sus dibujos y sketches. Dibujos y sketches, que llevan por título Expedición de Veruela, entre cuya colección -algunas de las pinturas de Valeriano, se hayan, como las pinturas de San Baudelio, allende los mares- figuran una variada gama de símbolos canteros que el buen Valeriano recopiló pacientemente, para una posteridad que, no obstante, y en el fondo, parece haberlo olvidado.
Y en ellos, no sólo aparecen la cabeza de la paloma y de esa otra ave que desde tiempo inmemorial y de una manera poco menos que genética, parece haber adoptado el edificio religioso como lugar imperativo para hacer su nido, la cigüeña, sino que, además -y en esto, vuelvo a recordar una precisión que apuntaba en la presentación de este blog, cuando acerca de las marcas reconocía que no están todas las que son- aporta la existencia de elementos que posiblemente se me pasaran por alto en mis dos expediciones al monasterio, y que, por supuesto, me obligan a preparar una tercera visita. Me refiero, a un símbolo importante de Magisterio, como es el báculo o bastón.
Posiblemente, parte del impenetrable misterio que rodea a los canteros, se encuentre camuflado, de alguna manera, en los acontecimientos políticos y filosóficos que se retrotraen a sus inicios. Unos inicios que, en cuanto al Císter se refiere, hablan de escisión y deseo de retorno a las fuentes, humildes y originales, de una religión que, hacia los siglos XI-XII representa una exhuberante opulencia con el Papado y los monjes negros de Cluny. Opulencia que, bajo un punto de vista, si no filosófico al menos sí ético y moral, conllevaría, en parte, la proliferación de modalidades de pensamiento encontradas, que originarían la creación de nuevos tipos de agrupaciones, consideradas como sectarias, como pueden ser, por ejemplo, bogomilos, valdenses, albigenses y cátaros.
Se sabe, entre otras cosas -o al menos, así lo apuntan algunos autores como Xavier Musquera (2)- que entre los cátaros existían, también, hábiles canteros y maestros constructores, siendo muchos los símbolos que dejaron como testimonio por los lugares donde pasaron, antes y después de su holocausto. Precisamente, uno de los símbolos más importantes utilizados por ellos, no es otro que el de la paloma, ave que, de igual manera que para los cristianos ortodoxos, representaba al Espíritu Santo. No obstante, una de las leyendas cátaras más conocidas, cuenta que Esclarmonda de Foix, alzó el vuelo desde lo más alto del monte Tabor, transformada en paloma (3). Leyenda que, si me apuran, añadiré que nos da una idea de la enorme importancia y trascendencia que dicho símbolo tenía entre la comunidad cátara, aunque haya historiadores ortodoxos que no contemplen dicho interés y asociación.
Otro de los símbolos utilizados por los maestros y canteros cátaros, es la estrella de cinco puntas o pentalfa, motivo geométrico de cierta relevancia que aparece también entre los símbolos y grafitis cátaros localizados en cuevas del Sabarthéz, por citar un ejemplo, y que, al igual que en numerosos edificios representativos de nuestro románico, aparece también grabada en los sillares de este monasterio de Veruela. La mano extendida, de posible significado basado en el consolamentun cátaro, según opinan algunos autores -entre ellos, el mencionado Xavier Musquera- no se localiza, a priori, en este monasterio; sin embargo, no es un símbolo desconocido en el románico español, y se puede localizar, en forma de canecillo -lo comento, porque en su día me llamó la atención-, en dos iglesias espectaculares, situadas en el Valle de Mena, en las Merindades burgalesas: San Lorenzo de Vallejo y Santa María de Siones. Ambas iglesias, aunque sin aval que lo justifique debidamente, arrastran la posibilidad de que en algún periodo de su historia, fueran o hubieran pertenecido al Temple.
El báculo, símbolo inseparable y decantador de la sabiduría y la autoridad del Maestro, se localiza en numerosos edificios románicos, no sólo como símbolo de cantería, sino también como atributo característico de numerosos santos, algunos de enigmática procedencia pero que, no obstante, fueron grandes constructores y pontífices -entiéndose ésta faceta, no como jerarcas de la Iglesia, sino como constructores de puentes- de los cuales destacan San Millán de la Cogolla y San Juan de Ortega, seguramente porque sus obras, o al menos parte de ellas, han llegado hasta nosotros con más claridad que las del resto, aunque sus vidas, en el fondo, continúen siendo un auténtico misterio. Algunos, quizás menos importantes que éstos, pero sin duda igual de relevantes en cuanto a los atributos de maestría y conocimiento que portan, se encuentran -generalmente en forma de figuras-, en la gran mayoría de templos -románicos o no-, siendo objeto de una profunda devoción por parte del pueblo y una no menos profunda relación con el Camino de Santiago: San Antón, San Roque e incluso aquél enigmático gigante, en el fondo no muy apreciado por la Iglesia, que no es otro que San Cristóbal.
Se sabe, por documentos de la época, que Veruela fue fundado en 1145 por monjes blancos procedentes de Fitero, siendo el más antiguo de los monasterios cistercienses en Aragón. Y aunque no se pueda demostrar fehacientemente una presencia cátara durante éste génesis, así como en periodos posteriores al término de la llamada cruzada cátara, tampoco hay indicios para pensar lo contrario, máxime a sabiendas de la simpatía demostrada hacia ellos por parte de la Corona de Aragón.
Y un detalle que puede resultar significativo: ¿cuántas marcas de cantería con la cabeza de la paloma se localizan fuera de éste monasterio?. Puede que las haya, desde luego, aunque yo, al menos, no me he topado todavía con ninguna.
(1) Jesús Rubio Jiménez: 'Guía sobre los hermanos Bécquer en el monasterio de Veruela', Diputación de Zaragoza, Área de Cultura y Patrimonio, 2005.
(2) Xavier Musquera: 'Cátaros: el secreto de los últimos herejes', Editorial Espejo de Tinta, S.L., 2006.
(3) Jean-Michel Angebert: 'Hitler y la tradición cátara', Plaza & Janés, S.A., Editores, colección Realismo Fantástico, 1ª edición, noviembre de 1976, página 57: 'Todos los puros perecieron en el fuego, excepto Esclarmonde de Foix. Cuando ella tuvo conocimiento de que el Graal estaba en lugar seguro, se transformó en paloma blanca y voló hacia las montañas de Asia. Esclarmunda no ha muerto. Hoy vive todavía, allí abajo, en el Paraíso Terrestre'.

Comentarios

  1. Hola Juankar! La Veruela, un sitio envuelto de magia, como me gusta este monasterio y su entorno ¡El Moncayo! Y la vida del pobre Bécquer, que vivió allí junto a su hermano. La verdad es que mi vista no llega a encontrar las huellas que consigues tú, nunca me había fijado en la paloma ¡Ahora sí!
    Un beso.

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  2. Hola, bruja. Es imposible que la imaginación no vuele a medida que uno se va acercando a este entorno. Ver el Moncayo, mágico, impenetrable, mientras se va acortando el camino hasta Veruela. La magia siempre está latente dentro y fuera de este monasterio y el destino, burlón, que lo sabe, juega con las percepciones. Creo por eso, porque también es sabio en el fondo, muestra a cada uno un pedacito de magia para que su visita resulte inolvidable. Un abrazo

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