Silos: Maestros, tumbas y símbolos lapidarios



'Del mundo, pues, de la llamada "realidad" concreta o visible, al invisible mundo abstracto y superior del Símbolo, pasamos constantemtne, sin que de ello nos demos cuenta en todos los momentos de nuestra vida' (1)

Hace tiempo que vengo preguntándome, por qué en los claustros de los grandes monasterios aparece, entre los diversos símbolos grabados desde el anonimato medieval en sus sillares, la cruz paté. He tenido ocasión de comprobarlo, en lugares tan dispares, complejos y alejados entre sí, como pueden ser el monasterio de Santa María la Real, en Aguilar de Campóo, Palencia; la concatedral de San Pedro, en Soria y este espectacular claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos, en Burgos, dejando aparte -en este caso, por lo detallado de algunas de sus lápidas funerarias- el claustro de la iglesia cántabra de San Martín de Elines.
Junto a este tipo de cruz, bastante corriente, por otra parte, pero también utilizada con harto frecuencia por órdenes militares como el Temple, suelen aparecer, así mismo, curiosas grafías, que nos remiten hacia conceptos y referencias que con frecuencia suelen rozar la heterodoxia. Un simbolismo criptográfico, que se vale de elementos de marcado carácter esotérico, entre los que no faltan figuras como el sol, la luna, los círculos concéntricos, las espirales o las campanas que, a posteriori, podrían interpretarse como una alusión sustitutiva de los sistros que se utilizaban en los antiguos cultos isíacos.
Uno de los elementos que, no obstante, llama poderosamente la atención en este aparentemente galimatías criptográfico silense, lo encontramos en esa cruz latina sobre la que el anónimo grabador dispuso una estrella de cinco puntas, símbolo de la perfección de la Naturaleza y por defecto, representación también del hombre. Símbolo que, por alguna curiosa y disociativa circunstancia, a partir de la Edad Media, y sobre todo después de los famosos juicios por herejía a que fueron sometidos los templarios, vio negativizado su primigenio y salutífero simbolismo, siendo asociado no sólo con avaros y judíos, sino también con la figura entre sombras del Enemigo y la contrapartida de la misa cristiana: las misas negras.
En el caso que nos ocupa, y dado que una de las puntas de la estrella -no olvidemos, que se trata de un elemento celeste, al fin y al cabo, y como tal, cercano a la Divinidad- parece tocar la parte superior de la cruz -elemento terrestre- en cuya conexión bien se podría especular con una alusión no sólo crística, como pueda parecer a priori, sino también con una referencia quizá más profunda y encaminada hacia tradiciones anteriores en las que el dios -llámese Jesús, Mitra, Osiris u Odín- se sometía voluntariamente a un proceso martirial, que continuaba con la muerte y posterior resurrección, con las que el dios redimía a la Humanidad. Versiones, evidentemente, no del agrado de la ortodoxia establecida, que en mi opinión, fueron consignadas, no por el cantero que oficiosamente empleó largos años de su vida en levantar una obra de Arte y de la que generalmente marchaba con idéntico sigilo a como había llegado, sino quizás por algún monje disoluto -los castigos eran frecuentes- o tal vez por algún exponente de una orden de caballería -también hay cruces de ocho beatitudes, utilizadas indistintamente por templarios y hospitalarios- cuya formación podía ir más allá de las Reglas previamente establecidas.
Sea como sea, lo cierto es que, de similar manera a como ocurre con los contenidos de los asientos de muchos coros, dentro de la estricta observancia de la Iglesia, siempre ha habido referencias de sublime heterodoxia, en la que los sillares de muchos claustros, también, han servido como pantalla para el alegato de pensamientos intrusistas, que han pasado desapercibidos para la aparente inocencia de una comunidad monástica mansamente establecida.
Especulo, especulorum.
 

(1) Mario Roso de Luna: 'Simbolismo de las Religiones', Editorial Eyras, Colección Hespérides, Segunda Edición Española, 1977, página 10.

Comentarios

  1. Somos como ciegos, andando a tientas en medio de la niebla. No vemos, y apenas pueden vernos.
    ¿Se colocó primero la estrella pentalfa y luego, alguien que conocía su doble sentido, colocó debajo la cruz griega? ¿Fue al revés?
    Porque, el hecho de que ambos símbolos estén algo descentrados, parece indicar que no se hicieron al mismo tiempo.
    Aunque una cosa es segura, un tufillo de heterodoxia se desprende de tales piedras grabadas. Un tufillo que no necesariamente ha de ser desagradable, sino todo lo contario...

    Salud y fraternidad.

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  2. Quién sabe, en realidad, si te fijas, ese sillar ya fue 'marcado' por el cantero medieval, que dejó una flecha como testimonio. Yo supongo que tanto la estrella como la cruz, vinieron después, y como bien dices, pudo ser en dos fases distintas. En realidad, y esquemáticamente hablando, existe cierta relación entre ambos símbolos: en ambos cabe la figura humana. Pero es cierto, tiene cierta heterodoxia bastante peculiar. Un abrazo

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