Canteros del Císter: Monasterio de Santa María de Huerta

No deja de ser una paradoja que, promulgadores a ultranza de la austeridad como vía de retorno a las auténticas fuentes del Cristianismo, los monasterios cistercienses contengan, profundamente labradas en sus sillares, una verdadera cilla -permítaseme la comparación- capaz de contener, en sus marcas de cantería, una variada y apasionante riqueza simbólica, que hoy por hoy, se escapa a todo intento de interpretación.
Da la impresión, no obstante, de que dispuestas sin aparente orden y concierto, choquen, de alguna manera, con ese elaborado concepto del hombre medieval del siglo XIII, que representaba a Dios con un compás en la mano, otorgándole el papel de arquitecto o creador de un universo ordenado y milimétrico, donde todo tiene un motivo y una razón de ser.
Papel y definición, por otra parte, adoptado posteriormente por las sociedades masónicas modernas, siguiendo esa supuesta línea hereditaria iniciada por las hermandades compañeriles medievales.
A propósito del tema, manifestaba San Agustín, allá por el siglo IV y refiriéndose al concepto de tiempo que, si nadie me pregunta, lo sé. Si deseo explicárselo a alguien que lo pregunte, no lo sé. Una sensación similar se experimenta, cuando se interpola el concepto tiempo a la problemática interpretativa de las marcas, que es el problema que nos ocupa, por no decir, mejor, que nos preocupa y que en este caso, posiblemente pertenezcan a diferentes épocas.
Antes de iniciar los prolegómenos que conlleva siempre el intento de interpretación -cualquiera que sea la naturaleza de éste- es conveniente situarnos en el edificio objeto de nuestra atención: el Monasterio de Santa María de Huerta.
Situado a una distancia equidistante una treintena de kilómetros, aproximadamente, de Medinaceli y otro tanto del también monasterio cisterciense de Piedra, los orígenes de Santa María de Huerta habría que situarlos una cincuentena de años después del movimiento de escisión que dio lugar al nacimiento de la Orden del Císter; es decir, alrededor del año 1150. De ésta época, siglo XII, data la portada de la iglesia, situada debajo del extraordinario rosetón que, entre otras cosas, le sirve como punto de referencia. Es en ésta pared de la iglesia, donde se encuentra anexo el pequeño cementerio, que se localiza un número determinado de interesantes marcas, incluida la emblemática estrella de cinco puntas o pentalfa.
Un segundo foco de localización de marcas, lo tendríamos una vez situados en el interior del monasterio, en las paredes que conforman su austero claustro del siglo XIII, y dentro también de la iglesia, en una de sus capillas más pequeñas y antiguas: la de la Magdalena.
El tercer foco, no obstante, y donde más abundancia de marcas se localizan, incluida la significativa pata de oca o runa de la vida (1), se encuentra en la posterior posterior del monasterio, precisamente la zona más antigua y, de hecho, más deteriorada del mismo.
(1) Sería interesante reseñar que, entre otras derivaciones, en la cosmogonía egipcia, el dios Amón ("el Oculto"), se asimilaba al dios Re, de la cosmogonía heliopolitana y era representado como una oca o un ganso.

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