Los Símbolos de un Maestro: cenotafio de Santo Domingo de Silos


La lluvia, infatigable compañera durante toda la mañana, apenas ofrece un momento de tregua cuando, todavía empapado a consecuencia del desplazamiento desde el aparcamiento habilitado a las afueras del pueblo, pongo los pies por primera vez en el claustro de ésta milenaria abadía de Santo Domingo de Silos. El viaje, sin duda extraño, no estaba previsto. En realidad, Silos no era mi destino esta tempestuosa, desapacible mañana de sábado. Ni siquiera pensaba en Silos, ni en la herejía que supone para un amante del románico, no haber recalado allí todavía, sobre todo cuando, como un lorito parlanchín, he utilizado en numerosas ocasiones el término silense para referirme a las características de las esculturas capitelinas de ésta o de aquélla iglesia. Mi destino, fruto de la locura o del romanticismo para desafiar a estos idus de febrero, se encontraba, aproximadamente, una cincuentena de kilómetros más allá, en Hortigüela y las ruinas de lo que en tiempos fuera uno de los más antiguos y venerables cenobios peninsulares: San Pedro de Arlanza.
El día, como digo, no es, si no, un remedo de tristeza, con un cielo completamente cubierto de una sábana gris, que hace, por momentos, que la visión se difumine como si la percepción visual resbalara, inevitablemente, a través de una tonalidad macilenta y opaca. El ritmo de la lluvia, que cae sobre el laberíntico jardín interior, mojando también las simétricas columnas que sustentan unos capiteles maravillosamente trabajados, es el único sonido que de forma continuada y monótona, interrumpe la obstinación de un silencio que parece guardar, como un inmenso tesoro, una presencia espiritual que ha trascendido el paso de los siglos. Es una sensación, un presentimiento que se acentúa cada vez que mis pasos me van desvelando mil y un detalles, que se resumen en una única palabra: fascinación. Ni siquiera la presencia de una dama, que recorre los cuatro puntos cardinales del claustro a tal velocidad, que sus pies parecen no tocar el suelo -por unos momentos, me recuerda el rito de los peregrinos, cuando hacen la misma operación pero con los pies descalzos alrededor del claustro octogonal de la ermita de Eunate- logra apartar de mi mente la impresión de que el tiempo, enfermizo caminante, ha quedado atrapado también, deteniéndose irremisiblemente, víctima del hechizo. Entonces, es cuando la veo, imponente como un coloso de Memnón, hierática en su trono, custodiando con infinita paciencia, una galería norte que, todavía no lo sé, guarda un prodigioso tesoro: se trata de Nª Sª de Marzo, según reza un cartel; una inmensa escultura mariana, realizada en piedra y originalmente policromada, datada en los siglos XIII-XIV.
Siguiendo su mirada, y aproximadamente a mitad de la galería norte, casi marcada por esa doble columna que se ve atravesada por una tercera columna, cual tibia sin compañera se tratara, el Cenotafio del Maestro capta inmediatamente todo mi interés. Mientras me acerco, mi mente es un hervidero en el que todo tipo de sensaciones y recuerdos afloran, en una pugna por hacerse un sitio en mi conciencia. Pero de todos, tomo partido, por una curiosa asociación de familiaridad, con la presentación que no hace mucho llegó a mis manos, en la que eran los propios espíritus de los monjes fundadores de otro lugar sacro, Montederramo, quienes contaban su historia a todos aquellos que llegaban un día al lugar, y recalaban entre los arcanos muros de la abadía, dispuestos a escuchar su voz (1).
El misterio está servido; la magia flota en el ambiente. Siquiera un rápido vistazo, es más que suficiente como para darse cuenta de los símbolos. La Sabiduría, bien mezclada con el Arte, está patente en muchos de los elementos hábilmente tallados en la piedra. Tan hábilmente, permítaseme la puntualización, que son una auténtica obra maestra. Es como, si mil años después de su muerte, el espíritu de Silos, sin duda, Santo Domingo, hablara locuazmente a través de los símbolos. Los principales están ahí, a la vista: el libro cerrado entre sus manos, que hemos de suponer, habla del Conocimiento. El Conocimiento Divino aplicado a la Geometría Sagrada. El Báculo, distinción inequívoca del portador de ese Conocimiento, el Maestro o Magister. Pero no es un Báculo normal y corriente; se trata de un Báculo especial, un Báculo que en sí mismo, conlleva también la señal de la Sabiduría en esa cabeza de dragón o de serpiente o incluso de lobo (2), que constituye la empuñadura, curvada con la espiral de los constructores. La Corona, todo un símbolo detentador de aquél que ha trascendido lo mundano y alcanzado un nivel netamente superior.
Pero donde se conjuga todo un compendio de sabiduría y de misterio es, sin duda, en el epitafio. Un epitafio repleto de símbolos y señales; símbolos y señales como el lábaro, antecesor del crismón, o la pata de oca, utilizados posteriormente por los canteros medievales para dejar mensajes gremiales a todo lo largo y ancho de su recorrido. Mensajes, cuyo sentido, en la actualidad, se ha perdido porque hemos perdido las claves, hemos olvidado ese lenguaje del símbolo, basado en la interpretación. Hemos olvidado a pensar que, detrás de lo aparente, hay un complejo mundo, cuya riqueza, en un tiempo, fue decididamente vital. Esa pérdida, nos ha hecho evidentemente cómodos, y en nuestra comodidad, hemos perdido una parte fundamental de nuestro ser: la imaginación.
Como decía Jorge Luis Borges, la lluvia siempre ocurre en el Pasado.
Santo Domingo de Silos, sábado 19 de Febrero de 2011
(1) Alberto Cacharrón Mojón: 'La abadía de Santa María de Montederramo', Concellería de Cultura e Turismo, Concello de Montederramo, 2008. Este tesoro inapreciable llegó a mis manos, gracias a la amabilidad y gentileza de Ana Méndez Trabado, de la Oficina de Turismo de Montederramo, siendo la portadora de tan excelente regalo, una simpática bruja, Paz Villén González. A las dos, mi más profunda gratitud.
(2) Resulta imposible no hacer referencia, siquiera de pasada, a los magos de Egipto, capaces, según la Tradición, de convertir sus bastones o báculos en serpientes y donde incluso el Cristianismo tiene el mejor ejemplo en Moisés y su vara. Por su parte, el lobo siempre ha estado asociado a la figura de las hermandades compañeriles, siendo el animal totémico del dios celta Lug.


Comentarios

  1. Hola! Veo que te encantó, Silos es tan mágico tan especial, recuerdo un parque fuera del pueblo, sobre una cima y Elva columpiarse, el efecto de balancearse sobre los tejados.
    Y tuviste el regalo del agua, la lluvia fresca fue tú compañera ¡Un claustro mojado! Y fuiste un "Dios" porqué soñaste y te dajaste llevar, a pesar de los pesares ¡La aventura es la aventura! Quedo en espera de tus próximas entregas, jjj. Besos.

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  2. Hola, bruja. Sí, la verdad es que fue una experiencia extraña, la que sentí durante el tiempo en que estuve solo por el claustro. Fue como volver a un sitio que, de alguna manera, ya conocía sin haber puesto los pies ni una vez. Me sentía como un niño con un juguete nuevo, sin saber por dónde empezar a mirar. Todo un mundo de fascinación abriéndose ante tus ojos. Aunque con un poquito menos de agua, hubiera aprovechado mucho más la aventura. Pero en fin, con la ruta que 'descubrí', tengo ya motivos de sobra para reanudar la aventura que quedó pendiente ayer. Un abrazo

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