De las suelas de los canteros, a las botas de los peregrinos


'Considerado como el impulso que empuja a una persona a llevar a cabo determinadas acciones con voluntad, esfuerzo e interés constante, para alcanzar objetivos, la Motivación no es otra cosa  que el "Motor de la Vida". Una fuerza sin la que los humanos estaríamos abocados al constante desánimo, sentimiento de angustia o auto percepción de incapacidad cuando nos enfrentamos a los problemas que van surgiendo a medida que avanzamos en la procura de aquellas metas que nos fijamos a lo largo de nuestras vidas...'.
[Alberto Cacharrón Mojón (1)]

Por alguna razón, que reside probablemente en lo más oscuro e insondable del inconsciente colectivo, el hombre siempre ha sentido la incierta llamada de lo desconocido, de seguir esa misteriosa voz interior -la misma, quizás, por cuyo imperativo nuestros ancestros dejaron la seguridad de las cavernas- que le impelía a desplazarse, a conocer el entorno en el que vivía, y aún más allá, a explorar el mundo en el que habitaba. Un mundo, que debía de parecerle infinito, como infinitas debieron ser, así mismo, las aventuras y peripecias que tuvo que afrontar hasta llegar a convertirse en la especie dominante. Para un científico, dogmático, rígido y puntualmente correcto, en todo esto no habría otro tipo de romanticismo añadido que el de una simple cuestión de evolución. Tal vez tenga razón; pero para seguir las pautas marcadas por esa evolución, el hombre, probablemente, necesitó de un empujón. Un empujón, proporcionado por esa parte incognoscible y anímica, que todavía hoy, al cabo de los milenios y en un punto de la evolución que en nuestra ignorancia podemos llegar a considerar sublime, aún nos empuja y motiva a continuar adelante, a ir más allá; en definitiva, a marcarnos una meta y conseguir un objetivo. Esto podría explicar, como muy bien apunta Alberto Cacharrón, en su estupendo libro Mi otro tiempo -la utilización de cuyo párrafo como elemento introductorio en la presente entrada, espero que no le suponga una molestia o inconveniencia-, esos desplazamientos producidos a lo largo de la Historia, que hacen del hombre un auténtico nómada, alimentando, a la vez, una cualidad que podría parecer innata y sin la cual, quizás la Humanidad no se hubiera impuesto retos, ni hubiera alcanzado, tampoco, esa Edad Moderna que desemboca en las actuales postrimerías del siglo XXI y sus increíbles avances tecnológicos: la curiosidad.
La curiosidad, posiblemente, sea uno de los factores que mayormente nos inducen a abandonar la comodidad de nuestros hogares y lanzarnos de cabeza a unos caminos, que no por arduos o difíciles, dejan de constituir experiencias enriquecedoras, a la vez que escuelas maravillosas en las que introducirse en esa inmensa herencia de Arte, Cultura, Pensamiento y Misterio que nos legaron las civilizaciones y culturas precedentes, cuyas claves y secretos, por mucho que nos empecinemos en pensar lo contrario, permanecen incólumes hasta el día de hoy, constituyendo, precisamente, todo un reto para aquél que se encuentra con ellos y siente el impulso de intentar desvelarlos, dejándose llevar por su irreprimible hechizo. Uno de ellos, evidentemente, es ese mundo, oscuro, impenetrable y tremendamente celoso de su propia idiosincrasia, que es el motivo fundamental de que este blog exista: el fantástico mundo de los canteros medievales.
No deja de ser un hecho curioso, y ciertamente coincidente, que a lo largo de los siglos, en el transcurso de esos innumerables desplazamientos, el ser humano haya sentido, además, la necesidad intrínseca de dejarse llevar por sus emociones, dejando señales en los lugares por donde pasaba, si bien, en muchas ocasiones, el fin y el sentido de éstas. en la gran mayoría de los casos, se nos escapan. Lejos de compartir -al menos en rotundidad- esa peregrina idea de que las marcas que los constructores medievales dejaron en los sillares de las iglesias -incluso castillos y edificios civiles- que levantaban eran simplemente una contabilidad que justificaba posteriormente el pago de un jornal, me adhiero por completo a esa otra visión, mistérica e indudablemente antropológica, que resume, desde su carácter hierático y sumamente jeroglífico, paradigmas culturales que han acompañado al hombre a lo largo de la aventura de su existencia. Muchas de estas marcas reúnen, en su constitución, símbolos de variada condición: rúnicos, mágicos, astrológicos, cristianos....que, de alguna forma general, nos ofrecen aspectos de esa amplia gama de creencias que marcaba el modus vivendi de las sociedades que nos precedieron. Si bien la cruz, en numerosos casos, servía como símbolo indiscutible para la consagración de iglesias, otros símbolos determinados, enmarcados dentro de ese apartado denominado como mágico, cumplían una función semejante, manteniendo a raya a esa gama de seres perversos -diablos, brujas, espíritus inquietos- que vivían con pasmosa realidad en la mente supersticiosa de las sociedades pretéritas (2). Pero entre unos y otros, marcado en ocasiones en los lugares más insospechados -como por ejemplo, el suelo adyacente a un altar (3)-, siempre me ha llamado la atención un símbolo determinado: las suelas de unos borceguíes medievales. Suelas que, lejos de dejarme convencer por una simple referencia a un gremio de zapateros que costeó el sillar o los sillares del templo en cuestión, siempre me han parecido un indicativo al viaje, al desplazamiento, a ese camino de la vida que, a la manera de una partida del simbólico juego de la oca, nos vemos consciente u obligatoriamente a seguir en algún momento de nuestra existencia. Tal reflexión -por cierto, muy discutible, como es lógico- se me acrecentó no hace muchos días, mientras realizaba uno de los trayectos más hermosos, pero también más duros del Camino de Santiago a su paso por la provincia de Lugo: aquél que va de O Cebreiro a Triacastela. Si bien, ya había podido apreciar, en ocasiones anteriores (4), el peregrino no sólo deja en ciertos lugares de su camino, la típica piedra para satisfacer y calmar a los dioses de los caminos -los antiguos manes- y augurarse un buen camino, sino que también, depositan objetos personales -cada vez, en mayores proporciones- relacionados con su experiencia personal en el Camino, entre ellos, no sólo sandalias, sino, como se puede apreciar en el vídeo, las botas -o al menos, una de las botas- con las que emprendieron la aventura trascendente hasta la tumba del Apóstol, e incluso, el mapa y es de suponer que algunas sugerencias de interés, para otros que vengan detrás. Cierto es, así mismo, que cada vez se acusa una mayor intencionalidad en el simbolismo señalizador de los senderos, de modo, que no es difícil encontrarse la significativa pata de oca señalando la dirección correcta, en sustitución de la tradicional concha o incluso de la figura del peregrino y la flecha. En definitiva, señales que, adaptadas a los tiempos modernos, no dejan de tener cierta equivalencia, quizás, con aquéllas dejadas antaño. Formas tradicionales, que no quizás ciclos cósmicos, como diría un teórico del esoterismo como fue René Guénon.
El lugar donde me tropecé con el mojón, cuyos objetos me sugirieron la presente comparación, por si alguien siente curiosidad y quiere comprobarlo, o simplemente pasa por allí, se encuentra a unos dos kilómetros de Hospital da Condesa, apenas se adentra uno en el desvío hacia Sabugos y Temple.

 
(1) Alberto Cacharrón Mojón: 'Mi otro tiempo', Imgrafor, S.A., 2012, página 17.
(2) De hecho, muchos de estos símbolos todavía subsisten en los dinteles de las casas de muchos pueblos, conocidos con el significativo nombre de 'espantabrujas'; e incluso aún, se ven también en lugares sacros, como iglesias y monasterios.
(3) Como sería el caso de la iglesia de Santa María, en la interesante población soriana de Caracena.
(4) Un ejemplo significativo, sería la cruz de Ferro de Foncebadón, en la provincia de León.

Comentarios

  1. Hola Juan Carlos, una vez mas tus palabras nos enseñan curiosidades en la forma de mirar las cosas. Cuando vi esa especie de suelas grabadas en piedra, me acorde de una pequeña marca que fotografié sin saber si tendría algún sentido, o pudiera ser algo. Así que la busque de nuevo, y no, no es lo mismo. Pero aprovecho para mandarte la foto, puesto que tengo otra fotografía que mandarte de un bastón de un artista de la zona, "no profesional" que seguro te gusta. Al ver, la pata de oca en aquella bara, claramente me acorde de ti, y lo que escribes sobre los grafitis y simbolismos que la gente crea, sin saber porque. Y este hombre nada sabe del símbolo de la pata de oca.
    Al nieto le decía que era para cazar moscas. jajaja.
    Un saludo.

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  2. Hola, Minerva. En realidad, hay muchas cosas extrañas en esos caminos; infinidad de claves dejadas hace cientos, miles de años que, aunque no sepamos exactamente qué significan, nos resultan, de alguna manera anímica, 'curiosamente familiares'. Son arquetipos, manifestaciones anímicas utilizadas por las diferentes culturas como medio de expresión. El simbolismo que se oculta detrás del símbolo de la pata de oca, te aseguro que es extenso y complejo. Pero te diré algo: ¿sabías que hubo razas consideradas como 'malditas' por el resto de la sociedad, y que a una de ellas -los agotes vascos- le fue impuesta la señal de la pata de oca para distinguirlos y mantenerlos apartados del resto?. Seguro que ese bastón, aunque no profesional, como dices, me parecerá de lo más interesante. Saludos

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  3. Me respondes a 1 comentario y me aparecen 100 preguntas más.
    Bueno, paso a paso como dijo aquel.

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  4. Ja, ja...Seguro que no tengo tantas respuestas, pero siempre me queda el recurso de recurrir a algo muy personal, como es la opinión. Es lo que tienen estos temas, Minerva, que son como las madejas: uno tira inocentemente de un hilillo y cuando quiere darse cuenta, resulta que tiene en sus manos una compleja e interminable madeja.
    Me uno a lo que dijo aquél: paso a paso.
    Saludos cordiales,

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