El Monasterio del Grial: el Maestro de San Juan de la Peña

Esta puerta abre la del cielo a todo fiel que se esfuerce en unir la fe con el cumplimiento de los mandamientos de Dios:
PORTA PER HA(N)C CAELI FIT

P(ER)VIA CUIQ(UE) FIDELI

+ SI STUDEAD FIDEI IUNGERE

IUSSA DEI

Sin duda, uno de los mayores atractivos de un Mito, reside en su extraordinaria capacidad de perpetuarse a lo largo de los siglos, manteniendo incólume ese misterio primordial que hace de él algo deseable y añorado, pero a la vez inalcanzable, hasta el punto de constituir un sueño en la memoria colectiva de la humanidad. Posiblemente, el más grande de los mitos, el mito por antonomasia, aquél que con más fortaleza desafía el paso del tiempo, así como también el conocimiento humano, no sea otro que éste que se refiere al Santo Grial. Sobre todo, teniendo en cuenta que nadie sabe con seguridad, qué es, en definitiva, y en qué consiste el Santo Grial.

¿La esmeralda que se desprendió de la corona de Lucifer en la Caída?. ¿El sangreal o la sangre real que, según algunos autores, perpetuaría una supuesta descendencia de Cristo?. ¿Un libro o unos rollos de manuscritos que contendrían, en esencia, el misterio de ésta continuidad Crística, una supuesta historia apócrifa de Jesús, cuando no unos conocimientos extradiluvianos vetados, por su trascendencia, a los neófitos?.

El Grial asociado a este extraordinario enclave que es el monasterio de San Juan de la Peña, no obstante, continúa la tradición más comúnmente aceptada, que no es otra que aquella que lo define como la copa que utilizó Jesús en la Última Cena, reutilizada después por José de Arimatea para recoger la sangre que brotó de la herida infligida por Longinos durante la Crucifixión. Copa que, de hecho, y según otras corrientes (1) estaría elaborada, precisamente, con la piedra que mencionaba al principio y que se desprendió de la corona de Lucifer durante la Caída.

Tradicionalmente, se habla de una esmeralda. Curiosamente, el Grial considerado como auténtico y que se custodió en este monasterio hasta septiembre de 1399, en que inició uno de sus varios viajes para terminar recalando finalmente en la catedral de Valencia en 1416, no es, como cabría esperarse, una esmeralda sino una cornalina o ágata de color rojo oscuro, y está fechada entre el siglo IV a. de Cristo y el I d. de Cristo, midiendo 7 centímetros de altura, número mágico por excelencia, aunque éste, posiblemente, sea sólo un detalle circunstancial.

Según la leyenda, llega a Huesca por intercesión de San Lorenzo, quien se lo entregó a un soldado para ponerlo a salvo, se supone que después del saqueo de Roma por los visigodos. Ocurría esto, en el año 410. En esa época, desde luego, no existía el monasterio, pero parece ser que sí los suficientes brotes de eremitismo para que siglos después, y sin abandonar ese aura de trascendente misterio, se produjeran las condiciones necesarias para que se forjaran en el futuro los cimientos de uno de los lugares más espirituales y sacro-santos de la Península Ibérica. De hecho, durante mucho tiempo, San Juan de la Peña rivalizó con la montaña sagrada por excelencia, Montserrat, en cuanto a la identificación de ese Montsalvasche o Monte de la Salvación pregonado en las sagas griálicas, cuyos custodios o caballeros del Grial, no serían otros que los caballeros templarios; los templeisen del trovador alemán Wolfgang von Eschenbach quien, a su vez, habría tomado la historia de un tal Kiot. En realidad, éste es un detalle que continúa siendo un completo enigma a día de hoy, y aparte de estos dos, habría varios lugares más, como, por ejemplo, el castillo cátaro de Montségur.

No obstante los avatares inciertos y legendarios de su fundación, y en lo que concierne a la presente entrada, hemos de situarnos, cuando menos, en el siglo XII y traspasando esa mozárabe puerta que abre la del cielo, acceder a la maravilla indiscutible que es su claustro, para intentar localizar las señas de identidad de esa figura enigmática que se conoce como el Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña (2). Es evidente, que franquear ese umbral, ya supone un auténtico reto; reto que ha de afrontarse, bajo mi punto de vista, dejando a un lado cualquier sentimiento de fría racionalidad y permitiendo vagar a la imaginación, hasta acercarla a la fantasía trascendente de la piedra que es, en realidad, donde se oculta la verdadera alma del cantero, y de hecho, también sus convicciones.

Sin embargo, antes de acceder y cruzar ese umbral, resulta conveniente detenerse unos instantes a reflexionar en el Panteón de Nobles; y al hacerlo, no descartar, a priori, un detalle significativo, que quizás más adelante pueda ayudarnos a la hora de especular -digo bien, especular- sobre uno de los posibles orígenes de tan interesante y a la vez desconocido Magister Muri: las cruces de doce puntas o de diamantes occitanas, que indican que alli reposan, en perfecta comunión, cátaros y cristianos. No es extraño, desde luego, teniendo en cuenta los estrechos lazos que siempre unieron la Occitania con la Corona de Aragón.




Se identifica la obra del Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, entre otros detalles significativos, por los ojos de sus personajes. Ojos que, en opinión de Juan García Atienza, parecen trascender la aparente frialdad de la piedra, hacia estados superiores de conciencia. Un maestro que, bajo mi punto de vista, dejó no sólo trascendencia en los rostros de sus personajes, intuitivamente hablando, sino que también, visibles en la piedra que de manera tan magistral y artesana labró, huellas de identidad, que a modo de señales, deberíamos considerar como posibles claves de magisterio y atención. Me refiero, a los gestos.


Dada su extenuante repetitividad, éstos se aprecian quizás mejor, en la vecina región de las Cinco Villas zaragozanas, siendo, poco más o menos que mundialmente conocidos dos elementos fundamentales que llevan, indiscutiblemente, su patente: la bailarina y la Adoración. En capiteles la primera y en dinteles la segunda, ambas nos dan una idea aproximada de la ruta y la relevancia de este magister y su taller en la Corona de Aragón.


Ahora bien, si en la mayoría de iglesias en las que dicho magister o su taller ejercieron abundan las marcas de cantería, no ocurre lo mismo con este monasterio. Ni siquiera podría afirmar, que la llave que tan magistralmente está labrada en el reverso de la puerta que da aceeso al claustro -esa puerta que abre la del cielo a los fieles- es obra suya o pertenece a un periodo posterior, posiblemente gótico, como la cercana capilla de San Adrián.


Sí resulta sospechosa la presencia de éste símbolo en templos de su autoría, como la iglesia de Santiago, en Agüero, difiriendo las formas, pero no la calidad. A este respecto, resultan interesantes las especulaciones de Syr, quien, en mayo de 2008 y en una entrada del blog Salud y Románico, titulada La llave de Anoll, afirmaba lo siguiente: 'la perfección y cuidado en su elaboración, pudiera hacer pensar que no estamos ante un mero signo, pues de ser así el tratamiento del vástago sería primordial y posiblemente duplicado (oro y plata, guía de almas, Jano, abrir y cerrar, unir y desunir, cielo y tierra, Roma y Pedro, en suma), sino una típica y específica señal de cantería única'.


En realidad, no se puede decir que sea única, porque, como estamos viendo, existe otro exponente en este monasterio e incluso en otras iglesias de otras provincias, quizás menos elaborados en su ejecución, es cierto, pero manteniendo su significado añadido. Pero sí estoy bastante de acuerdo con sus aseveraciones y me resulta particularmente interesante esa relación con la palabra clave ANOLL, que tanto destaca en la iglesia de Santiago de Agüero y hasta el día de hoy continúa siendo un completo enigma. Tal vez no esté demasiado descamindo Syr al afirmar que, al contrario de pensar en la marca personal de un cantero, sí pudiera ser la firma comercial -utilizando sus palabras- de un gremio o escuela de canteros y su manera de dejar una señal de su paso y obra a mado de los copyright modernos. El último párrafo del artículo, me resulta particularmente sugerente, pues abre posibilidades a un mundo simbólico extraordinario, donde algunos investigadores comienza a entrever una pequeña luz e hipotéticamente hablando, pudiéramos tener aquí otra clave de construcción -como apuntaba Juan García Atienza (3)- similar al epigrama de Silo (4) que figura en la iglesia de Santianes de Pravia, en Asturias. Esta línea de investigación, ha sido seguida recientemente por Josep Maria Isern i Monné (5) profesor de Física, Matemáticas y Música.


Por añadidura, y quizás pueda ser un dato significativo -y en modo alguno, afirmo al hacerlo que tenga relación con este monasterio de San Juan de la Peña o con la iglesia de Santiago de Agüero- Atienza ya sostenía, en relación al Temple, precisamente la forma de llave que observaba en la planta de algunas de sus iglesias. ¿Comenzamos, pues, aunque sea de una manera intuitiva a vislumbrar una parte esencial de las claves de los Maestros Constructores?


(1) Curiosamente, se observa en esta tradición, una línea similar, bajo mi punto de vista, a la del árbol que brotó del cráneo de Adán y del que, supuestamente, se hizo la cruz en la que habría de ser sacrificado Jesucristo.


(2) En realidad, cuando se habla de tal Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña, no podemos estar seguros de referirnos a un individuo en concreto o a una escuela de canteros que continuó trabajando siguiendo las pautas por él marcadas. Sí se sabe, por ejemplo, de su notable influencia en la vecina comarca de las Cinco Villas, y no deja de ser todo un enigma reseñable, que un templo de las caracteristicas del de Santiago, en Agüero, Huesca, se terminara deprisa y corriendo, obviando los parámetros originales. En este sentido, no dejo de preguntarme si tan inesperado desatino se debió a la muerte del Magister, o simplemente se resolvió de ésta manera por falta surficiente de fondos.


(3) Juan García Atienza: 'El legado templario' Ediciones Robin Book, S.L., 1991, página 255.


(4) Juan García Atienza elaboró una curiosa teoría con respecto a este epigrama de Silo, en la destacaba la posibilidad de que, en realidad, ocultara secretos relacionados con la geometría sagrada utilizada por los maestros constructores. Todos los datos relativos a esta teoría, se pueden leer en el capítulo 7 (Donde da comienzo un juego cósmico), de su libro 'La meta secreta de los templarios', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1999, página 125.


(5) Josep Maria Isern i Monné: 'El cuadro mágico de la Orden del Temple, la clave del enigma', Ediciones Aache, 2009.



Comentarios

  1. Impresionantes imágenes. Yo lo visite en el 2000 pero no llevábamos ni cámara siquiera. Voy a probar a "pegar" algún video tuyo en mi blog, a ver si me sale...
    Por cierto, veo que tienes unos zapatitos en las fotos laterales, si quieres te pasaré unos góticos que hay en Lleida, son curiosos.
    Un abrazo.

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  2. Hola, Rivi. Es curioso: después de visitar San Juan de la Peña y una vez estando en el monasterio de Leyre, donde nos hospedamos, se me rompió la cámara, la Nikon. La otra que tenía era una castaña y me fastidió el resto del viaje. Los zapatitos son unos viejos conocidos del Camino, me los encuentro a menudo, incluso en el suelo, detrás del altar, como en el caso de la iglesia de San Pedro en Caracena. Si te interesa, pues ya sabes, no tienes nada más que decirlo. Un abrazo

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